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Entre el morbo y la fascinación

Los impresionantes casos de asesinatos en serie han servido de inspiración a algunos escritores que han llenado sus páginas con personajes que alimentan el morbo desatado por los serial killers. Desde “Los crímenes de la calle Morgue”, de Edgar Allan Poe (que describe los asesinatos perpetrados por un asesino cuya identidad resulta insospechada), y el relato de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson, además de la novela El perfume, de Patrick Süskind, hasta narradores del siglo XX de la talla de Truman Capote, Robert Bloch, Arthur Conan Doyle o Thomas Harris, han explotado la veta editorial del “asesinato real”.Pero, sin duda, el escaparate más grande para estos asesinos ha sido la pantalla grande. Muchos son los filmes policiacos cuyo tema central son los asesinos en serie, ya sea retratando casos de la vida real (como M, el Vampiro de Dusseldorf (1931), basada en los crímenes de Peter Kürten; Scream: Grita antes de morir (1996), basada en casos reales de asesinatos ocurridos en Florida; Monster: Asesina en Serie (2003), donde la bella Charlize Theron encarna a la temible Aileen Wuornos; Desde el infierno (200l), una versión de lo que pudo haber sucedido con el caso de Jack “el Destripador», o Zodiaco (2007), que narra el caso sin resolver de “el Asesino del Zodiaco”; o creando personajes basados en asesinos de la vida real, pero cuya personalidad trasciende los reportes policiacos: tal es el caso de Norman Bates, protagonista de Psicosis (1960), escrita por Robert Bloch y dirigida por Alfred Hitchcock; de Hannibal Lecter, el psiquiatra caníbal que protagoniza la trilogía de El silencio de los inocentes (1991) —escrita por Thomas Harris y dirigida por Jonathan Demme—; de John Doe, quien ejecuta a sus víctimas como castigo a sus pecados en Se7en (1995), escrita por Andrew Kevin Walker y dirigida por David Fincher; y, finalmente, de Antón Chigurh, el despiadado asesino de Sin lugar para los débiles (2007).  

También las pantallas de televisión se han salpicado de sangre. Series como CSI: Crime Scene Investigation, The Mentalist o Criminal Minds presentan a detectives e investigadores que deben poner a prueba sus conocimientos y perseverancia para poner tras las rejas a asesinos diabólicamente geniales; por otro lado, está el caso de Dexter (basada en la novela Darkly Dreaming Dexter, de Jeff Lindsay), que nos muestra a un personaje con quien por momentos es muy sencillo simpatizar, a pesar de su naturaleza asesina. 

Se han pagado grandes cantidades de dinero por las obras de serial killers convictos como “el Goyo” Cárdenas, John Wayne Gacy, David Berkowitz o Henry Lee Lucas, y muchos más. Y más morboso aún resulta lo que se puja en subastas por objetos relacionados con estos crímenes: fotografías, diarios y hasta palillos usados por los asesinos durante su última cena.  

Esto llama poderosamente la atención, es decir: tenemos razones para temer a los asesinos seriales, y, por supuesto, hasta para odiarlos. Sin embargo, la atracción natural e inexplicable que algunos sienten por ellos no sólo no termina, sino que en muchos casos, mientras más se sabe del tema, mayor resulta la atracción.


Fuente:
Revista Algarabía No.88, ‘Asesinos Seriales, Ed. Otras Inquisiciones, p. 84 – 86.

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