Cuando los nuevos hijos trinidizados por ascendentes y por Paraíso-Havona son jóvenes y no han sido capacitados, generalmente se los envía por largos períodos de servicio a las siete esferas paradisiacas del Espíritu Infinito, donde sirven bajo el tutelaje de los Siete Ejecutivos Supremos. Posteriormente pueden ser adoptados para capacitación ulterior en los universos locales por los Hijos Instructores Trinitarios.
Estos hijos adoptados, cuyo origen de criatura es elevado y glorificado, son aprendices, estudiantes asistentes, de los Hijos Instructores, y en cuanto a su clasificación, frecuentemente se los numera temporalmente con estos Hijos. Pueden ejecutar muchas asignaciones nobles de autonegación en nombre de sus reinos elegidos de servicio, y así lo hacen.
Los Hijos Instructores en los universos locales pueden proponer a sus protegidos trinidizados por criaturas para el abrazo de la Trinidad del Paraíso. Al salir de este abrazo como Hijos Trinidizados de Perfección, entran al servicio de los Ancianos de los Días en los siete superuniversos, siendo ese el destino actualmente conocido de este grupo singular de seres dos veces trinidizados.
No todos los Hijos Trinidizados por criaturas son abrazados por la Trinidad; muchos se vuelven los asociados y embajadores de los Siete Espíritus Rectores del Paraíso, de los Espíritus Reflexivos de los superuniversos, y de los Espíritus Maternos de las creaciones locales. Otros pueden aceptar asignaciones especiales en la Isla eterna. Aún otros pueden entrar a los servicios especiales en los mundos secretos del Padre y en las esferas paradisiacas del Espíritu. Finalmente, muchos encuentran su camino hacia el cuerpo conjunto de los Hijos Trinidizados en el círculo interior de Havona.
A excepción de los Hijos Trinidizados de Perfección y de aquellos que se están reuniendo en Vicegerington, el destino supremo de todos los hijos trinidizados por criaturas parece ser ingresar en el Cuerpo de los Finalistas Trinidizados, uno de los siete Cuerpos de la Finalidad en el Paraíso.
Fuente:
Fundación Urantia, “El libro de Urantia”, p. 277 – 278.
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