Los Derechos en la Declaración de Independencia (1776).
Sostenemos como verdades evidentes que todos los hombres nacen iguales, que a todos les confiere su Creador ciertos derechos inalienables, entre los cuales están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar esos derechos los hombres instituyen gobiernos que derivan sus justos poderes del consentimiento de los gobernados; que siempre que una forma de gobierno tiende a destruir esos fines, el pueblo tiene derecho a reformarla o abolirla, a constituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio garantice mejor su seguridad y su felicidad.
La Constitución (1787) y la Declaración de Derechos (1788).
Desde hace cincuenta años no se deja de repetir a los habitantes de los Estados Unidos que ellos constituyen el único pueblo religioso, ilustrado y libre. Ven que hasta el presente las instituciones democráticas prosperan en su país, al tiempo que fracasan en el resto del mundo; tienen, pues, una elevada opinión de sí mismos, y no están lejos de creer que forman una especie aparte en el género humano. (Tocqueville, La democracia en América, I, 2ª, 10).
Tocqueville comprobó que el sentimiento de superioridad moral era una de las señas de la mentalidad estadounidense. A diferencia de la ideología antirreligiosa revolucionaria francesa, en EE.UU. se hermanaban después de la Independencia, libertad e ilustración con el sentimiento religioso. No hubo paralelismo con las persecuciones sangrientas que tuvieron lugar durante la Revolución francesa contra la Iglesia y los católicos. Los norteamericanos reunieron, desde los primeros tiempos, una población dotada de un nivel de estudios y capacitación elevados, con inmensos recursos naturales que estaban a su disposición, sin apenas costes de adquisición. En la carrera competitiva que caracteriza a la economía capitalista, los EE.UU. se posicionaron en la pole position, junto con Gran Bretaña y Francia.
Con la fórmula inicial “nosotros, el pueblo”, la Constitución apela directamente al pueblo norteamericano como fundamento de la legitimidad y origen de la soberanía, lo que implica que ésta no deriva de los estados preexistentes, sino que está por encima de ellos y el estado federal no se debe a los estados preexistentes sino al pueblo norteamericano directamente. Al ser aprobada la Constitución, el régimen confederal desde la Independencia dio paso a la Unión federal. Cuando los estados del Sur se aparten de ella, en 1860, lo harán para constituir una Confederación de estados soberanos asociados.
La Constitución articula el poder legislativo en el Senado y la Cámara de Representantes, el judicial en el Tribunal Supremo; regula la formación de las cámaras, el Senado mediante dos representantes por cada estado; la Cámara de Representantes en función de la población de cada estado.
En ese entonces, La Constitución admite la existencia de la esclavitud, aunque sin nombrarla; los esclavos carecen de derechos políticos, pero cuentan como 3/5 de persona en el recuento de población a fines de representación para la Cámara de Representantes.
Jesús M. Sáez, “Historia de Estados Unidos”, p. 4 – 5.
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