(El niño, desde una ventana, ve pasar por la calle al lechero, que pregono quesos).
El lechero:
— ... ¡Quesitos, quesitos, a los ricos quesitos!
El niño:
—¡El de los quesitos, oye, el de los quesitos!
El lechero (entrando):
—¿Me has llamado, niño? ¿Quieres comprar quesitos?
El niño:
—¿Cómo quieres que los compre, si no tengo dinero?
El lechero:
—Entonces, ¿para qué me llamas? ¡Vaya una manera de perder el tiempo,
hombre!
El niño:
—Si yo pudiera, me iría contigo . . .
El lechero:
—¡Conmigo…! ¿Qué estás diciendo?
El niño:
—Sí; ¡me entra una tristeza cuando te oigo pregonar allá abajo, por la
carretera…!
El lechero (dejando su balancín en el suelo):
—Y tú, ¿qué haces aquí?, di.
El niño:
—El médico me ha mandado que no salga, y aquí donde tú me ves estoy
sentado todo el día…
El lechero:
—¡Pobre! ¿Qué tienes?
El niño:
—No sé; como no soy sabio, no sé qué tengo. Pero di tú, lechero, tú ¿de
dónde eres?
El lechero:
—De mi pueblo.
El niño:
—¿De tu pueblo? ¿Está muy lejos tu pueblo?
El lechero:
—Está junto al río Shamli, al pie de los montes de Panchmura.
El niño:
—¿Los montes de Panchmura has dicho? ¿El río Shamli? Sí, sí; yo he visto
una vez tu pueblo; pero no sé cuándo ha sido . . .
El lechero:
—¿Que has visto mi pueblo? ¿Tú has estado en los montes de Panchmura?
El niño:
—No, yo no he estado; pero creo que he visto tu pueblo… Tu pueblo está
debajo de unos árboles muy grandes y muy viejos, ¿no?, ¡unto a un camino
colorado, ¿verdad?
El lechero:
—Sí, sí; eso es. . .
El niño:
—Y en la colina, está el ganado comiendo. . .
El lechero:
—¡Y que no hay ganado en mi pueblo! Pues digo . . .
El niño:
—Y las mujeres llenan los cántaros en el río, y luego vuelven con ellos
en la cabeza. . .
El lechero:
—Así mismo. Todas van por agua al río… Pues sí, no cabe duda; tú has
estado alguna vez en el pueblo de los lecheros…
El niño:
—Te digo, lechero, que no he estado nunca allí. Pero el primer día que me
deje el médico salir, ¿querrás tú llevarme?
El lechero:
—Sí; me gustaría mucho que vinieras conmigo.
El niño:
—¿Y me vas a enseñar a pregonar quesitos, a ponerme el balancín en los
hombros, y a andar por los caminos, lejos, muy lejos?
El lechero:
—Calla, calla… ¿Y para qué ibas tú a vender quesitos? No, hombre; tú
leerás libros muy grandes y serás sabio...
El niño:
—¡No, no; yo no quiero ser sabio nunca! Yo quiero ser como tú... Tendré
mis quesitos en un pueblo que está en un camino colorado… y los iré vendiendo
de choza en choza… Qué bien pregonas tú: "¡Quesitos, quesitos, a los ricos
quesitos!" ¿Me quieres enseñar a echar tu pregón, di?
El lechero:
—¿Para qué quieres tú saber mi pregón? ¡Qué cosas tienes!
El niño:
—¡Sí, enséñamelo! Me gusta tanto oírte… Yo no te puedo explicar lo que me pasa cuando te oigo en la vuelta del camino, entre esa hilerita de árboles... Lo mismo que cuando oigo los gritos de los milanos, tan altos, allá al fin del cielo…
El lechero:
—Bueno, bueno; anda, ten unos quesitos; ten, cógelos…
El niño:
—Pero si no tengo dinero…
El lechero:
—¡Deja el dinero! ¡Me iría tan alegre si quisieras tomar estos quesitos!...
El niño:
—Di, lechero, ¿te he entretenido mucho?
El lechero:
—No, hombre, nada. No sabes tú lo contento que me voy. Ya ves: me has enseñado a ser feliz vendiendo quesitos… (Sale)
(El niño solo)
El niño (cantando):
—… ¡Quesitos, quesitos, a los ricos quesitos del pueblo de los lecheros, en el país de los montes de Panchmura, junto al río Shamli! ¡Quesitos, a los buenos quesitos! ¡Al amanecer, las mujeres ponen en fila sus vacas, bajo los árboles, y las ordeñan; por la tarde hacen quesitos con la leche! ¡Quesitos, quesitos, a los ricos quesitos!
Comentarios
Publicar un comentario
Si deseas comentar dentro de la línea del respeto, eres bienvenido para expresarte