La luz de la meseta le hizo esos ojos rasgados y enormes para recorrer el ancho horizonte. Para andar en la atmósfera diáfana, le fue dada esa esbeltez que al caminar la hacía parecerse a un largo jazmín en la fina luz de la tarde.
No hay vaguedad de ensueño en las pupilas de sus retratos. Los de Juana de Asbaje son ojos acostumbrados a ver que las criaturas y las cosas se destaquen nítidamente en el aire luminoso de los llanos altos. Detrás de esos ojos el pensamiento debió tener la misma claridad y agudeza del aire.
Muy delicada la nariz; la boca, ni triste ni alegre, tenía los labios firmes para que no los hicieran temblar las emociones. Blanco, aguzado y perfecto el óvalo del rostro, como una almendra desnuda. Sobre la palidez de ese rostro debió resultar muy hermoso el negro intenso de los cabellos y de los ojos.
Los hombros finos también, y la mano sencillamente milagrosa. Podía haber quedado de ella sólo eso, y conoceríamos el cuerpo y el alma por aquella mano sensible y noble como sus versos…
Es muy bella su figura inclinada sobre la oscura mesa de caoba. Los
grandes libros en que estudiaba, acostumbrados a sentir sobre sí la diestra
amarilla y rugosa de venerables eruditos, debieron sorprenderse con la frescura
de agua de esa mano…
Español. Lecturas. 6° Grado, Ed. Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito, p. 93.
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