Salvador Rueda.
Lanzóse audaz a la región sombría
y era, al herir aquel cielo distante,
un surtidor de fuego palpitante
que en las ondas del aire se envolvía.
Viva su luz, como la luz del día,
en las alturas zigzagueó vibrante
cuando la luna, en el azul brillante,
como una rosa nívea aparecía.
Perdió se en tanto su fulgor rojizo,
paró de pronto su silbar sonoro,
y tronando potente se deshizo
en un raudal de lágrimas de oro.
Manuel Gutiérrez Nájera.
Sube el cohete vestido de máscara con una cerrada y estrecha túnica de
loto, y cuando ya no podemos alcanzarle, quitase el antifaz, lanza un grito
burlón, y para mofarse más aún de nosotros, espléndido, el loco, el príncipe
magnífico sacude su escarcela dejando caer una brillante cascada de piedras
preciosas, que nos sacude de codicia. Pero esas joyas refulgentes no llegan jamás a nuestras manos
—ya tendidas y abiertas— porque se pierden misteriosas, se deshacen juguetonas
en el aire.
Español. Lecturas. 6° Grado, Ed. Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito, p. 46.
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