Apenas sé abre la puerta, salta del gallinero con las patas muy juntas.
Es una gallina común y corriente, de apariencia modesta y que jamás ha puesto huevos de oro.
Deslumbrada, titubeante, avanza algunos pasos por el corral.
Va en busca del montón de cenizas en que, cada mañana, acostumbra retozar.
Allí rueda y se remoja y, con una viva agitación de alas y con las plumas infladas, se sacude las pulgas de la noche.
Luego va a beber al plato hondo que el último aguacero ha llenado.
Sólo bebe agua.
Bebe poco a poco y endereza el cuello, en equilibrio sobre el borde del plato.
En seguida busca sus alimentos dispersos.
Hierbas finas, insectos y semillas perdidas.
Pica y pica, infatigable.
De vez en cuando se detiene.
Y cuando está segura de que no hay nada nuevo continúa su búsqueda.
Levanta sus patas tensas, como los que padecen de gota. Separa los dedos y los apoya con precaución, sin ruido.
Se diría que camina descalza.
Fuente:Español. Lecturas. 6° Grado, Ed. Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito, p. 30.
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