Las aguas del Tamazula eran de un tinte azul idéntico al del cielo, sólo que, en el río, quebraban el tinte azul las manchas morenas de los cantos, y lo limitaba, en lo hondo de la transparencia, el lecho de arena, coloreado en contraste. Crecía en los alrededores de la ciudad, en roce estrecho con los muros de las últimas casas, una vegetación exuberante; huertos espesos, Cañaverales tupidos, alfombras de verdura perpetua bajo el moteo de las flores. Y el cielo, de una claridad a veces deslumbradora, vertía sin cesar sobre ese campo y las calles que en él trazaban los grupos de casas, ondas de luz que lo doraban todo. Así iluminado, nada había inerte ni feo: el lodo mismo irradiaba reflejos que parecían ennoblecerlo.
Español. Lecturas. 6° Grado, Ed. Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito, p. 20.
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