La revolución iraní conmocionó a todo el islam. Algunas características la singularizan y convierten en un gran acontecimiento histórico, el más importante de la segunda mitad del siglo XX junto al final del bloque soviético. Desde el XVIII hasta la actualidad, ha sido la única revolución que no ha desarrollado ideas gestadas en Occidente, sino un modelo diferente, con la formación de una teocracia populista, la propuesta de retornar a la tradición islámica y la dirección de clérigos integristas. Fue, además, una revolución de masas, en un grado difícil de encontrar en cambios de este tipo. En Irán, la movilización popular fue el motor del proceso.
El camino que llevó a la revolución de 1979 se corresponde con las dinámicas que vivía el mundo musulmán. El régimen del sha, no muy popular, impulsó una política de modernización e industrialización, con base en el apoyo de Estados Unidos y la riqueza petrolífera. No tuvo grandes éxitos. Hubo sectores urbanos beneficiados por los nuevos negocios, pero el nivel de vida de la mayoría se hundió. Un intento de reforma agraria tuvo efectos fatales: ruina de campesinos, aumento del paro y emigración a la ciudad. La renovación técnica del campo no mejoró la productividad ni eliminó el déficit de alimentos.
El régimen se sostenía por una dura y sistemática represión a la oposición. Las protestas de estudiantes religiosos abrieron la espita de la revolución. A la represión siguieron manifestaciones cada vez mayores, en las que intervenían amplios sectores, desde comerciantes a estudiantes, obreros, campesinos, etc. En enero de 1979, el ejército dejó de reprimir el levantamiento. El sha tuvo que marcharse.
En la revolución participaron diversas fuerzas (nacionalistas, comunistas, socialistas...), pero finalmente se impuso el islamismo. Tenía apoyos populares no sólo en las ciudades, y sobre todo contaba con una estructura sólida, basada en un clero organizado. Jomeini, un anciano clérigo integrista, se convirtió en el líder de la revolución, una imagen bastante diferente al estereotipo de los líderes revolucionarios. Los islamistas liquidaron a la izquierda tradicional, que había jugado un papel importante en el fin del régimen anterior.
Se inició
así un proceso único, la construcción de un régimen islamista, tutelado por la
jerarquía religiosa integrista. Se promulgaron medidas fundamentalistas y
pronto comités revolucionarios patrullaban las calles para obligar a cumplir
los códigos de comportamiento o de vestimenta y borrar los vestigios de
influencia occidental. Régimen teocrático y fundamentalista, la máxima
autoridad es el Líder Supremo, un ayatola de designación religiosa. Desde el
primer momento, el Irán islámico mostró su radical oposición a Occidente, al
que responsabilizaría de los males del mundo islámico; a Israel, considerado
como un Estado a destruir; así como la voluntad de extender la revolución
islámica a todos los países musulmanes.
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