Una de las reacciones que siguieron al 11-S fue la ocupación de Afganistán y la consecuente desaparición del régimen talibán (al menos por cierto tiempo), que subsistió como abierta oposición armada, que impidió la ansiada consolidación de estructuras estatales y dificultó la formación de una democracia, muy combatida por los fundamentalistas.
La invasión de Irak -cuyo régimen se identificó como base de AI-Qaeda, pese a representar alternativas opuestas- destruyó las estructuras políticas del Baas, lo que favoreció la emergencia de una oposición armada a Estados Unidos y sus aliados, en la que adquirieron importancia los grupos ligados a AI-Qaeda. El fundamentalismo islámico prosperó también en Palestina, encabezando una rama radical que lograría el control de la Autoridad Palestina en la franja de Gaza.
El fundamentalismo se había hecho con el poder en otro país, Sudán, el más extenso de África. Lo hizo tras el golpe de Estado de 1989, dentro de las convulsiones militares que acompañaron a los enfrentamientos étnicos y religiosos. Ha desarrollado los planteamientos integristas en los territorios de influencia gubernamental, sin lograr el dominio pleno debido a la fragmentación política y a las guerras civiles.
En la
reciente historia de los países musulmanes, las revoluciones nacionalistas y el
empuje del islamismo han jugado un papel fundamental. Su distinto peso en los
diversos Estados constituye un elemento básico de su dinámica social y
política.
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