No faltaron los mecanismos represivos o la oposición directa, como en el caso de Irak, país que, con explícito apoyo occidental, libró una larga y cruenta guerra con Irán (1980-1988), que a la postre consolidaría la revolución islámica tras resistir el intento armado de suprimirla.
El fundamentalismo acrecentaría su importancia en las naciones del islam. Diversas razones lo explican. Entre ellas, el desprestigio de los distintos Estados, con frecuencia cohesionados bajo la coerción y sin propuestas ideológicas atractivas. Está también la acción de minorías armadas fundamentalistas, que encabezan la oposición a Occidente y llaman a la guerra santa. E influyen los déficits de la política occidental, basada en intereses económicos y estratégicos, en un conocimiento superficial de la cultura y movimientos ideológicos de los países musulmanes, y en una sumaria creencia de las virtudes de la democracia, a la que se supone un atractivo incluso cuando se le propaga mediante actuaciones militares que contradicen los principios en que se basa.
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