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Mahoma. La partida del Profeta

Era ya el décimo año del Islam, a partir de la Hégira, y el aparato político y bélico de Mahoma estaba en buenas condiciones para emprender su gran proyecto: la invasión a Siria; el espíritu del profeta seguramente seguía lleno de energía, pero no así su cuerpo, por lo que él no podría encabezar esta anhelada expedición. Muchos de sus allegados sospechaban que tampoco su mente se encontraba en buenas condiciones, pues para comandar esta importante empresa desdeñó a sus experimentados generales y nombró a un joven de veinte años, Usama, quien no tenía más virtud que ser hijo de Zaid, su fiel compañero que había muerto en la batalla de Muta. Mahoma utilizó el argumento del heroísmo del padre para convencer a los generales de la justicia de su elección, y aunque ellos no quedaron muy convencidos, Mahoma le entregó su estandarte, lo que le daba el poder de mando. La columna partió una mañana y avanzó pocos kilómetros ese día, para acampar en el valle de Churf.

Esa misma noche, Mahoma tuvo un delirio, una revelación o una pesadilla, por lo que se levantó a medianoche y llamó a un esclavo, ordenándole que lo acompañara al cementerio público de Medina, pues los muertos ahí enterrados se le habían aparecido, suplicándole que fuera a rezar por ellos. Cuando llegó al cementerio, se dirigió a los muertos con engolada voz, como lo hacía en sus prédicas: 

Alégrense, ustedes que habitan los sepulcros, pues la mañana será para ustedes más pacífica que para los vivos. La situación de ustedes es más feliz que la de ellos, pues a ustedes los ha liberado Dios de las tormentas que a ellos amenazan y que se producirán en cadena, como las horas de una noche desesperada, cada una más oscura que la anterior. 

Después se postró y rezó por los muertos, y al incorporarse dijo a su esclavo:

— Se me ha dado la posibilidad de permanecer en este mundo hasta el fin de los tiempos, disfrutando de todos los placeres, o volver a la presencia de Dios... yo he elegido esto último. 

A partir de entonces, su enfermedad avanzó rápidamente; a los pocos días pidió que lo llevaran a la mezquita; después de orar subió con dificultad al pulpito y se dirigió a los fieles diciendo:

— Si alguno de ustedes tiene algo que le pese sobre la conciencia, que lo diga públicamente, para que yo pueda pedir perdón a Alá en su nombre. 

Entonces un hombre declaró que él se había hecho pasar por musulmán sin serlo, pero ahora estaba arrepentido y suplicaba perdón por su pecado.

— Mejor es confesar las vergüenzas en este mundo que sufrir en el otro -le dijo Mahoma, y levantó los ojos al cielo para interceder por el pecador-. ¡Oh Alá!, dale rectitud y fe para que supere todas sus debilidades y pueda cumplir tus mandamientos como lo indique su conciencia. 

De nuevo se dirigió a los fieles diciendo:

— Si hay alguien aquí a quien yo haya golpeado, aquí está mi espada para que me golpee en justo castigo. Si hay alguien a quien yo haya calumniado, que venga a reprochármelo. Si a uno le quité algo injustamente, que se acerque a mí para compensarlo. 

Entonces un hombre se levantó y dijo que Mahoma le debía tres dinares de plata, inmediatamente el Profeta pagó su deuda con intereses. 

Después rezó por los caídos en las batallas y exhortó a los fieles a ser solidarios con los aliados, protegiéndolos en todo momento. Finalmente dio tres lineamientos de despedida: 

Primero: Expulsar de los territorios árabes a todos los idólatras. 

Segundo: Conceder plenos derechos a los que se conviertan. 

Tercero: Practicar fervientemente la oración. 

Cuando concluyó su sermón, lo llevaron completamente agotado a casa de Aixa, su favorita, donde perdió el conocimiento. 

Seguía muy grave cuando llegó el viernes, el día sagrado para el Islam; entonces Mahoma pidió que lo llevaran a la mezquita, pero al intentar levantarse cayó desmayado; al recuperarse pidió a Abu Bakr que presidiera la ceremonia en su lugar y que dijera las oraciones; pero la presencia de Abu Bakr causó una gran conmoción entre los fieles, quienes esperaban a Mahoma, por lo que de inmediato corrió el rumor de que el Profeta había muerto. Enterado de esta alarma entre los fieles, Mahoma hizo un esfuerzo para llegar al templo y pidió que Abu Bakr siguiera con las oraciones; después se dirigió a la asamblea diciendo: 

He oído que el rumor de la muerte de su profeta los ha llenado de consternación; pero, ¿acaso alguno de los profetas anteriores a mí ha vivido eternamente?... ¿Por qué creen ustedes que yo no los abandonaré nunca? Todo ocurre conforme a la voluntad de Dios y en el momento previsto; nadie lo puede adelantar ni retrasar. Yo vuelvo al que me envió; mi último mandato es que ustedes permanezcan unidos, que se amen, que se respeten y defiendan mutuamente, que perseveren en la práctica de la fe y de las buenas obras, pues sólo éstas constituyen la prosperidad del hombre; todo lo demás lo lleva a la destrucción. 

Yo solamente voy por delante de ustedes en el camino y pronto me irán siguiendo. La muerte nos llega a todos y nadie debe intentar alejarla de mi lado. Mi vida se ha ordenado en torno al bien de ustedes, y lo mismo será con mi muerte. 

Estas fueron las últimas palabras públicas de Mahoma. Fue llevado de regreso a casa de Aixa y su enfermedad se agravó por varios días, hasta que de pronto pareció recuperarse como por milagro; pero eso fue solamente un espejismo de la vida, porque a las pocas horas el Profeta dejó de existir.

Fuente:
Los Grandes – Mahoma, Editorial Tomo, p. 147 – 150.

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