El profeta quedó sorprendido al ver a su gran enemigo en cautiverio y sujeto a su voluntad. Umar pedía la cabeza del infiel, pero Al Abbás recomendaba prudencia. Mahoma, entonces, decidió postergar su decisión hasta el día siguiente.
Cuando Abbu
Sufián fue llevado ante la presencia del Profeta, éste le dijo:
— Bien,
Abu Sufián, ¿no es hora ya de que reconozcas que hay un sólo Dios, y que yo soy
su profeta?
— Te
quiero más que a mi padre y a mi madre -respondió Abu Sufián, aunque estas
palabras eran solamente una fórmula de cortesía-; pero todavía no estoy
preparado para reconocerte como profeta.
— ¡Confiesa tus verdaderas intenciones, o te corto la cabeza! -exclamó Umar, al tiempo que sacaba su cimitarra.
Ante un argumento tan contundente, Abu Sufián reconoció a Alá como único Dios y a Mahoma como su profeta, con lo que no solamente salvó su vida, sino que logró condiciones más humanas para los habitantes de La Meca que no presentaran resistencia, con lo que de hecho estaba proponiendo una capitulación, aunque de manera personal, porque sus generales estaban dispuestos a luchar hasta morir. Entonces Mahoma lo invitó a subir a la cima de una pequeña colina e hizo desfilar su ejército delante de él, para que evaluara la magnitud de sus fuerzas y así lo informara a sus generales, convenciéndolos de la inutilidad de su resistencia. De inmediato partió hacia La Meca y comenzó la espera; pero no tardó mucho tiempo en llegar el mensaje de que los generales estaban dispuestos a rendir la plaza si se cumplían los acuerdos de respeto a la vida y los bienes de los ciudadanos.
Mahoma dio
la orden de ponerse en marcha y de abstenerse de cualquier ataque ofensivo,
sino solamente defensivo. La empresa no fue totalmente incruenta, pues en algún
momento la columna fue atacada con flechas por un pequeño grupo de coraixíes
exaltados que se habían parapetado en una colina; aquellos guerrilleros fueron
rápidamente aniquilados, pero el incidente animó el espíritu violento de los
guerreros musulmanes, por lo que Mahoma tuvo que detener la marcha y arengar a
sus generales para calmar los ánimos, pues de haberse perdido el control se
hubiera producido una masacre en la ciudad. Cuando ya consideró controlada la
situación, Mahoma se quitó su capa escarlata de guerrero y se colocó el atuendo
sencillo del peregrino, después montó en su camello Al Qaswá y marchó al frente
de sus tropas con rumbo a la ciudad de La Meca, de donde había salido humillado
y a donde regresaba como un conquistador.
Los Grandes – Mahoma, Editorial Tomo, p. 129 – 132.
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