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Jesús. Última cena y arresto

En víspera de la celebración de Pascuas, Jesús solicita que se reúnan él y sus apóstoles en la casa de un amigo para cenar, sabe que será la última vez que comparta alimentos con todos ellos y quiere que disfruten la comida en paz y camaradería. Antes de iniciar el convivio, Jesús se dirige a sus discípulos diciéndoles: "Ardientemente, he deseado comer esta Pascua con ustedes antes de mi pasión, porque les aseguro que no la comeré otra vez, hasta que tenga su cumplimiento en el reino de Dios". Desde luego que con esas palabras, aunque algunos no las comprenden de inmediato, los apóstoles se tornan melancólicos y silenciosos.

Toma el cáliz con vino, da gracias y dice: "Esta es mi sangre que será derramada por los hombres, beban y distribúyanlo a los demás, porque les aseguro que ya no beberé el jugo de la vid hasta que llegue al reino de Dios". Después, toma el pan, dan gracias y dice: "Este es mi cuerpo, que es entregado por ustedes, hagan esto en mi memoria". Nuevamente, Jesús toma el cáliz y expresa: "Este cáliz es la nueva alianza de mi sangre, que es derramada por ustedes. Mas aprecien que la mano que me entrega está sentado conmigo a la mesa y en verdad les digo que el hijo del hombre sigue su camino; pero ¡ay de aquel hombre que le ha de hacer traición!", con clara alusión a Judas Iscariote. 

Con esta cena, Jesús da por terminada su misión de predicación de la palabra de su Padre, Dios, su propio ascenso al quinto grado de los esenios, el único reservado a Dios o a su Hijo y da por iniciados totalmente a los apóstoles para que ahora sean ellos lo que dispersen por el mundo la verdad, justicia y belleza de la voz de Dios y los mensajes celestiales. Al compartir el pan lo hace también con los bienes terrenales en grado justo y perfecto y al compartir el vino lo hace con los bienes celestiales y los dos, amalgamados en el hombre, son la combinación perfecta de los misterios espirituales, la ciencia y lo divino y para cuando los discípulos del Mesías se distribuyan por el mundo, la iniciación llegará a todos los seres humanos del planeta. 

Nada es en vano, ya que el sacrificio de la muerte del nazareno creará la mayor fuerza posible entre hermanos, una cadena de amor inquebrantable entre el Hijo de Dios y los humanos, aunque a Jesús le queda la duda de si sus discípulos sabrán propalar la palabra de su Padre, él los abraza a todos con la mirada, a su familia bien amada con la ternura y tristeza del adiós final. A partir de este momento, su sufrimiento aumentará y para no hacer esperar más al destino, decide ir al monte de Olivos para pasar la noche en oración y meditación, no elude al destino sino lo enfrenta cara a cara, ya que es preciso que la traición largamente anunciada y esperada se consume, que los soldados y miembros del sanedrín ataquen, como ladrones, en la noche y casi en solitario. 

En el tiempo de espera para que lleguen los enemigos de Jesús y de su obra, él duda, pero su espíritu es más fuerte y logra sobreponerse, aunque un sudor frío de sangre recorre su rostro al escuchar un murmullo de voces y roce de armas que crece y de una columna de hombres que iluminan su camino con antorchas, es el grupo de soldados del sanedrín guiado por Judas Iscariote, antes de llegar al Mesías, Jesús termina su oración que lo reconforta y se adelanta al encuentro con su fatal destino. 

Judas apresura el paso para adelantarse, va directo al encuentro con el Maestro y lo besa en la mejilla para dar la señal y reconocimiento de quién es Jesús y él le dice: "Amigo, ¿a qué has venido?, ¿con este beso entregas a tu Maestro?", y lo dice con la mayor ternura, comprensión y perdón para quien ha traicionado no sólo al Hijo del Hombre sino a sí y a los de su raza; en ese momento, Judas siente una herida muy profunda en su corazón y en el alma que hace que se retire del lugar sin que nadie lo vea, está herido de muerte y ha comprendido muy tarde lo terrible de su acción, la más baja hecha por ser humano alguno hasta entonces, es tal su dolor que el único camino que encuentra para calmar en algo su lacerante angustia, es la de buscar la muerte como sea y en donde sea, acción a la que finalmente llega y consume aún antes de que Jesús sea presentado ante los sacerdotes del sanedrín. 

Los apóstoles y discípulos están totalmente abatidos por lo que están viendo, por lo mismo, nadie se mueve, después, Jesús se desembaraza del abrazo traidor de Judas, se acerca a los soldados y nuevamente pregunta.

— ¿A quién buscan?

El capitán dice.

—A Jesús de Nazaret.

Y Jesús insiste.

— Les he dicho que soy yo. Así que si me buscan a mí, dejen que los demás se vayan. Estoy listo para ir con ustedes. 

Jesús está preparado para regresar a Jerusalén con los guardias, por lo que el capitán de los soldados está dispuesto a permitir que los tres apóstoles y sus compañeros se vayan en paz. Pero antes de partir, Maleo, el guardaespaldas sirio del sumó sacerdote, se acerca a Jesús para atarle las manos a la espalda, aunque el capitán romano no lo ha ordenado y cuando algunos de los apóstoles ven que su Maestro es sometido a tal indignidad, ya no se contienen, Pedro saca su espada y se abalanza para golpear a Maleo. Pero antes de que los soldados puedan defender al servidor del sumo sacerdote, Jesús levanta la mano delante de Pedro con gesto de prohibición y habla tranquilo pero determinantemente.

— ¡Pedro, guarda tu espada! Los que sacan la espada, perecerán por ella. ¿No comprendes que es voluntad de mi Padre que beba esta copa? 

Jesús termina de tajo esta demostración de resistencia física por parte de sus seguidores, aunque esto despierta temores en el capitán de los guardias, ordenando inmediatamente a sus soldados que terminen la tarea de atar las manos de Jesús. Mientras, el Maestro pide una explicación: "¿Por qué salen contra mí con espadas y palos como para capturar a un ladrón? He estado diariamente con ustedes en el templo, enseñando públicamente a la gente y no han hecho ningún esfuerzo por apresarme". 

Pero no hay respuesta, el capitán teme que los seguidores del Maestro intenten rescatarlo y ordena que sean capturados; pero los soldados reaccionan con lentitud, dando oportunidad a que los seguidores de Jesús huyan precipitadamente, sólo Juan Marcos permanece cerca de Jesús escondido en un cobertizo cercano. Cuando los guardias emprenden el regreso hacia Jerusalén con Jesús; Juan Marcos sale para unirse a los demás discípulos; pero en el preciso momento en que lo hace, uno de los soldados regresa y al ver a este joven con su manto de lino, lo persigue y casi lo atrapa. El soldado se acerca lo suficiente a Juan como para asir su manto, pero la juventud y rapidez del perseguido se imponen, sólo que en la breve lucha, suelta su túnica y escapa desnudo, mientras el soldado jadeante se detiene y contempla el manto vacío en sus manos. Juan Marcos corre hacia el sendero donde está David Zebedeo. Cuando le cuenta lo sucedido, los dos regresan precipitadamente a las tiendas de los otros discípulos dormidos e informan a los ocho que el Maestro ha sido traicionado y detenido. 

Por su parte, Pedro y Juan se quedan cerca para seguir al Maestro hasta la ciudad y para su juicio, si es que a esos viles actos de cobardía y traición se les puede llamar así. Del Mesías no sale palabra ni queja algunas durante su traslado. Por su parte, los sacerdotes miembros del sanedrín han convocado a una sesión plenaria y urgente, a medianoche para que la gente del pueblo no se entere ni pueda protestar por este arresto arbitrario e injusto. 

Los verdugos, vestidos de sacerdotes, sonríen cínicamente y platican entre ellos como si de una fiesta se tratara, están sentados en semicírculo, en medio del cual hay en un sitio más elevado y una especie de trono, burdamente ornamentado, en la que destaca la figura de Caifás, el gran pontífice, vistiendo a todo lujo, como lo acostumbra en las grandes ocasiones. Al ser conducido Jesús ante Caifás, éste no puede ocultar un gesto de admiración al contemplar la rúnica del acusado que parece blanquear más a cada momento, ni por el rostro sereno del Mesías a pesar de estar fuertemente atado de las muñecas que le provocan el primero de los muchos dolores físicos que sufrirá. 

En este injusto juicio, todos los presentes son testigos de cargo, no hay uno solo que quiera hablar a favor de Jesús, por supuesto, Caifás, el sumo sacerdote, es el acusador principal al argumentar que el Maestro será procesado como una medida de salud pública contra un crimen que se ha cometido contra su religión, aunque interiormente, Caifás goza de la venganza de quien ha osado poner en duda y peligro su poder. 

El sumo sacerdote se levanta lentamente y dirigiéndose a Jesús acusa y vocifera.

- ¡Tú eres un seductor del pueblo, un mentiroso y blasfemo! En eso, varios testigos vociferan contra el acusado, pero uno de ellos es quien sobresale para dar su testimonio.

- Yo escuché decir a este hombre, en el pórtico del templo de Salomón que destruyeran el templo y él lo reconstruiría en tres días. 

Un murmullo crece en el gran salón hasta que se convierte en un grito y en acusación: "¡Blasfemia, Blasfemia!"

— ¿No respondes a esta acusación tan grave? Inquiere Caifás. 

Pero Jesús guarda un silencio que lastima los oídos de todos los presentes, ¿para qué hablar a los sordos, necios y vengativos? 

El sumo sacerdote sabe que, de cualquier forma, con esa acusación no puede condenar a muerte a nadie, es necesario inculparlo con delitos más grave para lograr sus funestos propósitos y sin más, encara a Jesús preguntándole.

— Si eres el Mesías, ¡dínoslo ahora! 

La pregunta conlleva una cuestión de honor, de vida para su misión en la Tierra, por lo que ahora sí responde, con una inteligencia que no lo compromete ante el jurado del sanedrín.

— Si les digo que sí, no me creerán y si se los pregunto a ustedes, no me responderán.7 

No hay entonces, para Caifás más que increpar al acusado de tal forma que lo crea acorralado para que diga lo que él tanto desea:

— ¡Yo te conjuro, ordeno y exijo, en nombre del Dios vivo, a que nos digas si eres el Mesías, el Hijo de Dios! 

Y con la tranquilidad que nadie espera, Jesús responde.

— Tú lo has dicho, desde ahora declaro que verán después a este Hijo del Hombre sentado a la diestra de la majestad de Dios y venir sobre las nubes del cielo. 

Esto es lo que espera Caifás para hacer una de sus mejores y más falsas actuaciones, se rasga la elegante túnica, la avienta al mismo tiempo que clama a la bóveda del gran salón: "¡Blasfemia, Blasfemia, qué necesidad tenemos ya de testigos si todos han escuchado la blasfemia!" 

Y el veredicto es unánime, ¡muerte por blasfemia! 

Impulsados por sus sentimientos más viles, los sacerdotes se acercan a Jesús para escarmentarlo groseramente y sin ninguna piedad, es golpeado, escupido y vejado, uno a uno lo maltratan y al hacer un brutal contacto con él por la espalda, le gritan: "Profeta Hijo de Dios, adivina quién te pegó!", pero el rostro del Mesías apenas si sufre alguna transformación por los golpes recibidos en todo el cuerpo, su palidez da marco a una serenidad nunca vista por nadie. 

Entre el bullicio de la no confesión directa de Jesús de que él es el Mesías, los sacerdotes del sanedrín condenan a muerte al nazareno, pero no tienen poder para ejecutarla, ya que es necesario e imperioso contar con la aprobación de la autoridad romana, entiéndase, Pilatos. 

Poncio Pilatos es el procónsul de Judea por encargo de César. Cuando le es presentado Jesús por el Sanedrín, lo primero que teme es que la muerte del galileo pueda crear un conflicto popular, por lo que opta por interrogar al acusado con mucha cautela.

— ¿Eres tú el rey de los judíos?

—Mi reino no es de este mundo. Responde Jesús.

— ¿Eres tú, entonces, rey? Insiste el procónsul romano.

— ¡Sí!, he nacido para eso y vengo a este mundo para dar testimonio de la verdad. Fue la total y definitiva respuesta del Mesías.

- ¿Qué es la verdad? Interroga Pilatos más para sí que para el acusado y agrega.

— No encuentro ningún crimen en él ni motivo alguno para que sea acusado. Les digo que lo mejor es soltarlo ahora mismo. 

Pero los sacerdotes del sanedrín no están dispuestos a dejar ir a su presa e instigan al populacho a que griten que mejor suelten a Barrabás, por supuesto, Pilatos, quien odia apasionadamente a los judíos, ordena que le den azotes a Jesús y está dispuesto a soltarlo, pero no cuenta con que después de ver correr la sangre del acusado, esto excita más a los acusadores y se unen en un sólo grito y exigencia: "¡Crucifícale, crucifícale!" 

Al presentar nuevamente a Jesús ante Pilatos, el procurador, a pesar de ser un tipo cruel, no puede dejar de estremecerse cuando ve al acusado azotado y de cómo escurre la sangre de la espalda y la frente, ya que ha sido "coronado" con una tiara de espinas, pero también al observar el rostro de mudo sufrimiento del profeta y sin saber por qué, expresa: "¡He aquí al hombre!", dando a entender que al no ver más culpas en Jesús, está a punto de soltarlo, pero los miembros del sanedrín no quieren y con la voz de un coro bien ensayado, exclaman.

— ¡Se hace pasar por Hijo de Dios! 

Pilatos sigue dudando, hay algo en el acusado que le hace creer en su inocencia, pero los sacerdotes no desean más que su muerte y por eso le lanzan al procurador romano la mayor amenaza posible.

— Si das la libertad a este hombre, no eres amigo del César, porque a quien se hace pasar como rey, se le debe declarar enemigo del César y nosotros no tenemos otro rey que no sea César. 

Temible argumento contra el que Pilatos no puede hacer nada, se puede conspirar hasta contra Dios, que no es importante para un ateo, pero hacerlo contra el emperador romano es un crimen imposible de perdonar y ante esto, decide entregar y autorizar la muerte del Mesías a manos de los judíos, no sin antes lavarse las manos simbolizando que él no tiene nada que ver con la muerte de un inocente al que ya no puede ni quiere salvar, pero que no lo exculpa, ya que los judíos lo han condenado por encima de cualquier posible salvación, por lo que los romanos están de acuerdo, ya que la muerte de un judío no les importa en lo más mínimo y los mismos acusadores se encargarán de provocarla, a pesar de ser inocente, así es de que, desde el punto de vista de Pilatos, los únicos culpables de esa injusta ejecución son los mismos judíos. 

Pero lo peor está por llegar para Jesús, ya que no es la simple ejecución y muerte (si puede clasificarse de simple el asesinar a un inocente ser humano, independientemente de ser Hijo del Hombre o de Dios) sino que deben "castigarlo" hasta extraerle los lamentos más lastimeros jamás escuchados en tierra alguna, solamente que esto no ocurrirá nunca, el nazareno no lanzará ninguna exclamación por doloroso que sea el martirio, pero esto ni siquiera será por orgullo, sino porque de antemano supo cuan cruel sería el precio por salvar a la raza humana de ella misma, por lo tanto, si antes no se quejó de los latigazos y desprecios sufridos, menos lo hará con los tormentos más dolorosos e indignos que puede soportar alguien considerado como ser humano. 

El populacho, desde que se entera de la aprehensión de Jesús corre la voz a una velocidad poco usual en esa época y para cuando Pilatos decide dejar la suerte del acusado en manos del sanedrín y la comunidad judía, ya la gente ha formado una larga columna humana desde el castillo del procónsul romano hasta la cima del monte Gólgota, ("el lugar del cráneo"). Temible sitio que durante muchos siglos ha servido a los sacrificios más terribles de justos y pecadores. Históricamente, el Gólgota no tiene árboles, ya que no pueden crecer donde la muerte se ha asentado y ha hecho del lugar su "casa de descanso". 

Ahí, el judío Alejandro Janeo ha asistido con toda su corte y harem a la ejecución de varios centenares de prisioneros; también Varus ha hecho crucificar a dos mil rebeldes y ahora, será el lugar donde el Hijo del Hombre deberá morir y pasar a ser, por fin, el Hijo de Dios. Pero antes, debe sufrir temible suplicio, ese invento de la crucifixión de los fenicios y que es una adaptación temible de la grey jurídica y militar de los romanos. 

De los discípulos, nada se sabe, los soldados romanos, sin miramiento alguno, golpean con lanzas y escudos a un grupo de mujeres de Galilea que han seguido a Jesús en todo su recorrido predicando la palabra de Dios, ellas comprenden que su dolor no es nada comparado con lo que está viviendo el nazareno, el galileo que defendió a pobres y débiles y enfrentó a ricos y poderosos, pero este es uno de los momentos supremos de Jesús, ya que para consolidar su obra es preciso que su vida como humano termine en la cruz, en medio de terribles sufrimientos físicos y pasando por un momento de debilidad y hasta de inconformidad; con su inocencia, dolor y sangre redimirá a la raza humana, descenderá hasta el mismo infierno para dar aliento a las almas en pena y vencerá a la mismísima muerte, si es que se puede hablar de vencer, pues la muerte no es enemiga de Dios y su hijo, sino su aliada y cómplice.

Fuente: 
Los Grandes – Jesús, Editorial Tomo, p. 171 – 184.

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