A lo largo del tiempo, la concepción de evaluación del aprendizaje ha cambiado y se han diferenciado dos formas.
En 1967, Michael Scriven postuló que se realizaban dos evaluaciones distintas de los programas, una al final y otra durante el proceso. La principal diferencia entre ellas radica en el momento en que se realizan. La evaluación ejecutada durante el proceso permite mejorar las secciones conforme se realizan. Aquella que se lleva a cabo al final sirve para valorar el resultado.
En 1971, Benjamín Bloom, Thomas Hastings y George Madaus retoman las ideas de Scriven y las aplican a la evaluación del aprendizaje de los estudiantes.
Se denomina evaluación formativa a la evaluación realizada durante el proceso educativo, y sumativa a aquella ejecutada al final.
La evaluación formativa ayuda al docente a tomar decisiones sobre cómo ensayar y permite retroalimentar a los estudiantes, así, resulta útil para hacer ajustes durante el proceso de enseñanza en función de las necesidades y características de los alumnos.
En cambio, la evaluación sumativa se enfoca en valorar los resultados finales. Sirve como referente para analizar el proceso educativo en general.
En 1989, Royce Sadler hace otra gran aportación, integra al alumno como agente activo en el proceso educativo, y resalta cómo la evaluación formativa le ayuda a tomar decisiones sobre su aprendizaje, además identifica 3 aspectos relevantes en el aprendizaje:
1) Meta u
objetivo.
2) Punto
de partida, es decir, el estado en el que se encuentra el alumno.
3) Acción educativa para marcar una ruta de aprendizaje.
En 1999, Paul Black y Dylan William destacan que la herramienta más poderosa para ayudar a los alumnos a aprender es la evaluación realizada durante el proceso, diseñada explícitamente para potenciar el aprendizaje, denominaron este tipo de evaluación como “evaluación para el aprendizaje”, a diferencia de la “evaluación del aprendizaje” que se enfoca en los resultados.
Recapitulando, por un lado, la evaluación para el aprendizaje se hace durante los procesos de enseñanza y aprendizaje; y la evaluación del aprendizaje se hace al final.
En la evaluación para el aprendizaje los profesores y alumnos se benefician con la información obtenida, mientras que, en la evaluación del aprendizaje los usuarios pueden ser también padres, e incluso directivos y funcionarios.
En cuanto a sus propósitos, la evaluación para el aprendizaje busca obtener información para mejorar los procesos educativos, mientras que la evaluación del aprendizaje busca comprobar que este se haya llevado a cabo, es decir, valora el resultado.
Ambos tipos son insumos para la toma de decisiones y la mejora de la calidad educativa.
Este nuevo paradigma busca que la evaluación sea parte fundamental de los procesos de enseñanza y aprendizaje, y no sólo un elemento aislado al final de estos, de esta manera en conjunto se podrá construir una educación integral de calidad.
Fuente:
Vídeo “Evaluación del y para el aprendizaje. La transformación de dos conceptos”, elaborado por Revista Digital Universitaria.
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