La palabra hiyab viene del verbo haya-ba, que significa "ocultar". Así pues, es "algo que oculta a la vista", por eso la adolescente que tiene su primera regla es llamada mahyuba (velada). Al principio, el velo fue instituido para distinguir a la mujer noble de la que no lo era, luego a la creyente de la no creyente. Y llegó el pecado, eso sí de mano de la perversa Lilith, símbolo hebreo del diablo disfrazado de hermosa mujer cuyo fin es provocar el deseo masculino con su sensual, larga y brillante melena. La solución fue muy sencilla: cubrir el cabello y alejar al miembro perturbador -la mujer- de la comunidad, porque los hombres no parecen capaces de controlar su apetito sexual. En nuestros días, el velo va imponiéndose silenciosamente: las tradicionalistas por mantener las costumbres, las fundamentalistas por su ideología y su oposición a Occidente, y para las más, como salvaguarda ante los hombres o símbolo de feminidad musulmana, o como única vía para acceder al entorno social.
La portación del velo también asegura la pertenencia a una buena familia, y si no se lleva es como decir al resto: "No soy honesta" -esto es, virgen-. Deshonra que no sólo caerá en ella sino sobre el resto de su familia. Todas las mujeres saudíes tienen la obligación de salir a la calle con velo; en Irán, además, deben llevar chador si ocupan cargos públicos, mientras que en el Afganistán de los talibanes el último grito en la moda femenina son el burka y la represión.
Fuente:
Por Gema Delicado en Muy Interesante Historia, ‘El Islam. Los misterios de una religión’, Ed. Televisa, p. 76 – 77.
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