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Detrás del velo. Cultura del sometimiento

Afortunadamente no todo está prohibido. El amor es agradable a los ojos de Dios, igual que el sexo. Eso sí, siempre dentro del matrimonio, el estado natural del ser humano. La soltería es prácticamente inexistente y la homosexualidad es la vía más rápida para la ejecución. Hombres y mujeres están obligados a proporcionarse placer porque todo miembro insatisfecho está en peligro de fitna y, por tanto, de pecar.
Ante esto, las relaciones prematrimoniales deberían ser una quimera. Sin embargo, son el gran negocio de los cirujanos plásticos, cuya mina de oro en el mundo islámico son las operaciones de nariz -el rostro es lo que se ve- y de himen. La virginidad lo puede todo, aunque sea reconstruida. Además, el intercambio sexual está regulado por el nikah -matrimonio-, contrato que especifica los derechos de ambos: el mahr-la dote-, dónde vivirá la pareja, si el marido puede o no tomar una segunda esposa... 

Según el Corán, ellas han sido creadas para atender las necesidades del marido, algo muy similar a lo defendido por el catolicismo, como claramente lo dejó expresado el sacerdote José María Cabodevilla: "La mujer es, por supuesto, el reposo del hombre y a este sabroso descanso aspira el enamorado". Estar atenta al bienestar del marido, obedecerlo, no ofenderlo ni herirlo y no quedarse a solas con ningún otro hombre. Ya lo dijo en el siglo IX el más famoso compilador del hadiz, al-Bujari: "El hombre tiene derecho a exigir de la mujer lo siguiente: Si la desea, ella no tiene derecho a negarse (...). Si lo hace, la maldecirán los ángeles hasta que regrese o lamente lo que ha hecho." La realidad es que apenas tiene ocasiones de negarse. 

Su respuesta ante la petición del matrimonio, si tiene oportunidad de hablar -pues tradicionalmente es el wali (tutor) el que habla en nombre de la novia—, siempre estará condicionada: porque en ese momento puede que aún sea una niña, por su educación o por miedo a la familia. Para la mayoría de las mujeres musulmanas tener muchos parientes sólo significa un extra de autoridad, un férreo control y un eficaz ejercicio de sometimiento al varón. 

Por supuesto, el festejo será por separado. A partir de la firma ante el notario, los papeles estarán claros: él mantendrá a la familia y el nafague -manutención completa de la esposa-, sea cual sea la situación económica de ella. Por su parte, la esposa le dará placer y descendencia, para lo cual las relaciones sexuales han de mantenerse incluso en las noches de Ramadán. Para proteger al hombre de la zina -adulterio y fornicación-, la esposa debe estar siempre dispuesta: "Cuando un marido pide a su mujer que vaya con él a la cama, y ésta se niega, los ángeles la maldecirán hasta el amanecer", insiste al-Bujari. Eso sí, el hombre está obligado a satisfacer sexualmente a su esposa; una mujer insatisfecha es más peligrosa que el diablo. Si las cosas no salen bien, el divorcio y la poligamia son la solución... para los hombres. Cuatro esposas es el límite, aunque "siempre" con el "consentimiento" de la primera esposa y la obligación de mantener una escrupulosa igualdad para con todas. 




Fuente:
Por Gema Delicado en Muy Interesante Historia, ‘El Islam. Los misterios de una religión’, Ed. Televisa, p. 77 – 78.

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