Muchos
profetas han venido en nombre de Dios para ilustrar sus distintos atributos.
Moisés muestra la clemencia y providencia de Dios; Salomón su sabiduría,
majestad y gloría; Jesucristo su justicia, su omnisciencia, por el conocimiento
de los secretos de todos los corazones, y su poder, por los milagros que
realizó. Pero ninguna de estas virtudes ha bastado para lograr la conversión, y
hasta los milagros de Jesús y Moisés han sido recibidos con incredulidad. Es
por eso que yo, el último de los profetas, he sido enviado con la espada. Los
que promulgan mi fe no deberán entrar en argumentadones ni discusiones, sino
acabar con todos los que se nieguen a obedecer la ley. Todo el que luche por la
verdadera fe, tanto si cae como si triunfa, recibirá una recompensa gloriosa.
La espada es la llave del cielo y del infierno, y todos aquellos que la esgrimen
en defensa de la fe serán recompensados con beneficios temporales; cada gota de
sangre que derramen, cada peligro y tribulación que padezcan, quedarán
registrados en lo alto y por ellos se les atribuirán más mérito que por el
ayuno y la oración. Si caen en la batalla, sus pecados les serán perdonados en
el acto y serán transportados al paraíso, donde vivirán en medio de eternos
placeres y entre los brazos de huríes de ojos negros.
Para apoyar este llamado a la violencia, Mahoma desarrolla la teoría de la predestinación, lo que sublima tanto la culpa como el miedo a la muerte, pues al aceptar el orden divino todo lo que se haga es justo, además de que la muerte personal es también algo programado, por lo que es intrascendente entrar en batalla o no hacerlo, pues de todas maneras el tiempo de vida de cada quien está ya determinado; aunque el negarse a luchar por la fe islámica se convirtió en un grave pecado, y el morir en batalla (aunque estuviese predeterminado) tenía un premio formidable.
Esta nueva postura beligerante por parte del profeta generó un gran entusiasmo entre los árabes de todas las regiones, pues además de que les daba una ideología nueva y poderosa, les permitía canalizar esa propensión al dominio por medio de la fuerza que era propio de una cultura que exaltaba los valores masculinos de una manera elemental. Así que no era de extrañar que esta orientación guerrera causara más conversiones que aquella propuesta de mansedumbre mística que parecía más adecuada para el carácter femenino.
A pesar de la tajante declaración de guerra a todos aquellos que se negaran a abrazar la nueva fe, el Profeta concedía la gracia a los idólatras que se negaran a aceptar el Islam, siempre y cuando aceptaran pagar el tributo que se les asignara, lo que era una especie de "pago por el pecado" que sería utilizado para financiar las campañas de propagación de la fe, que en realidad se convertirían en campañas de conquista con la finalidad de crear un imperio, lo que era un objetivo perfectamente mundano y que no estaba libre del resentimiento en contra de sus parientes y coetáneos tribales, por lo que las primeras acciones bélicas fueron los ataques a las caravanas comerciales de los coraixíes, lo que evidentemente era un acto de venganza, tal vez fue por eso que las tres primeras operaciones fueron dirigidas por Mahoma en persona, pero la cuarta fue confiada a un lugarteniente suyo llamado Abdallah Ibn Chahx, quien atacó a una caravana de los coraixíes durante el mes santo, lo que causó indignación en todo el territorio árabe, pues en este mes se celebraban las peregrinaciones y la tregua era sagrada para todos; comprendiendo que había cometido un error, Mahoma se negó a recibir la parte del botín que le tocaba y culpó a Abdallah de haber interpretado mal sus órdenes; sin embargo, sus ambiciones expansionistas no podían ser frenadas por aquella costumbre ancestral de la tregua sagrada, por lo que consultó la voluntad de Alá y obtuvo la siguiente respuesta, misma que consignó en el Corán:
Te preguntarán por el mes sagrado y querrán saber si pueden hacer la guerra en él; ante esto responde: Luchar en este mes es grave; pero negar a Dios, obstaculizar el camino de Dios, arrojar a los verdaderos creyentes de sus sagrados templos y adorar ídolos son pecados mucho más graves que matar en los meses sagrados.
Con esta declaración quedaba virtualmente derogada la ley de la tregua santa, pues los musulmanes tenían permiso de atacar en cualquier tiempo y lugar a los enemigos de Dios. A partir de esta época, muchos de los preceptos del Corán son de esta índole.
Los Grandes – Mahoma, Editorial Tomo, p. 95 – 98.
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