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Islam. Mayoría de edad. Selim y Solimán

Durante su gobierno en Egipto, los herederos de Saladino compraron numerosos esclavos mamelucos en Rusia y en el Mar Caspio, muchos de los cuales recibieron una esmerada educación islámica, sirviendo en las casas de las familias egipcias más acomodadas. Aquellos esclavos tan bien adiestrados prosperaron con el tiempo y lograron penetrar en los círculos de poder del reino. Finalmente, en el año 1250 se sublevaron y tomaron el poder en El Cairo, fundando la dinastía Mameluca.

A principios del siglo XVI, tras más de doscientos cincuenta años de poder mameluco, el sultán otomano Selim I venció a sus ejércitos, condenando a la horca al último monarca del clan. Los turcos gobernaron Egipto durante trescientos años a través de virreyes a los que se les concedía un amplio margen de maniobra siempre que cumplieran el requisito de incrementar con sus tributos las arcas que poseía el califa en su fastuoso palacio de Topkapi, en Estambul. 

El conquistador de Egipto, Selim I, decidió continuar el impulso constructor que había iniciado Mehmet II tras la conquista de Constantinopla. Desde entonces, la capital otomana se repobló con gentes procedentes de todos los rincones del Imperio y en aquella sociedad cosmopolita convivieron judíos, cristianos y musulmanes. Pero el tolerante Selim también era un hombre de gran crueldad. Las intrigas que se producían en el harén del palacio de Topkapi -alentadas por algunas de sus favoritas para promocionar a sus vástagos- provocaron las iras del sultán, que ordenó matar a los varones de su familia, excepto a un hijo. 

De esta forma tan brutal, el sultán evitó las rivalidades y conspiraciones que ya se fraguaban para sucederlo en el trono. El único hijo superviviente de Selim I fue Solimán el Magnífico (1520-1566), bajo cuyo reinado el Imperio Otomano alcanzó su mayor extensión, abarcando desde Argelia al mar Caspio y desde Hungría al Golfo Pérsico. Gran parte de Europa escapó a sus ejércitos gracias a la derrota que sufrieron a las puertas de Viena en 1529. Pero, a pesar de su fracaso en la ciudad del Danubio, el nombre de Solimán causaba respeto y temor a los occidentales. Era el símbolo vivo de un imperio poderoso que, además de someter a sus vecinos, impulsó la cultura y las artes en Estambul, y superaba con creces el medio millón de habitantes, una gran población para la época. 

Sin duda, el más genuino representante de aquella etapa dorada fue el ingeniero y arquitecto Sinán, cuyas numerosas obras constituyen el máximo exponente de la arquitectura otomana. El propio sultán Solimán fue su mayor mecenas, proporcionándole los medios para su febril capacidad constructora. 


Fuente:
Muy Interesante Historia, ‘El Islam. Los misterios de una religión’, Ed. Televisa, p. 65.

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