En 1568, alrededor de trescientos mil moriscos se sublevaron en Granada, España, amenazando los territorios andaluces que los Reyes Católicos habían conquistado. Los refuerzos que los rebeldes turcos y berberiscos recibieron, sin ser considerables, fueron suficientes para alimentar la rebelión y preocupar a Felipe II.
El monarca ordenó a su hermanastro Juan de Austria que iniciara una campaña sangrienta para acabar con la revuelta. Una vez concluida la guerra de La Alpujarra (1570), Felipe II dispuso que los moriscos fueran dispersados por la Península y comenzó a discutir su completa expulsión. La revuelta alimentó la desconfianza del Imperio hacia los moriscos y fue la antesala para la creación de una Santa Liga Venecia, Vaticano y España que derrotara a la temible flota otomana. La batalla de Lepanto (1571) fue un duro golpe para el sultanato de Estambul, que perdió el control en las aguas del Mediterráneo.
Finalmente, Felipe III mandó expulsar a los moriscos de la Península en abril de 1609. Los demás reinos europeos y buena parte de la Iglesia y de la población española aplaudieron una medida más política que social.
Fuente:
Muy Interesante Historia, ‘El Islam. Los misterios de una religión’, Ed. Televisa, p. 67.
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