Apenas penetramos en el cuarto de su hija, ésta se cubrió con el velo y recriminó a su padre: “¿Te parece bien lo que has hecho? Traes a un hombre y lo entras en mi habitación.” Y repuso el padre: “¿Pero dónde está ese hombre?” Ella contestó: “Ese perro es un hombre, lo ha encantado una mujer; pero yo soy capaz de desencantarlo.” Y su padre le dijo: “¡Por Alah sobre ti! Devuélvele su forma, hija mía.” Ella cogió una vasija con agua, y después de murmurar un conjuro, me echó unas gotas y dijo: “¡Sal de esa forma y recobra la primitiva!”, entonces volví a mi forma humana, besé la mano de la joven, y le dije: “Quisiera que encantases a mi mujer como ella me encantó.” Me dio entonces un frasco con agua, y me dijo: “Si encuentras dormida a tu mujer, rocíala con esta agua y se convertirá en lo que quieras.” Efectivamente, la encontré dormida, le eché el agua, y dije: “¡Sal de esa forma y toma la de una mula!” Y al instante se transformó en una mula, es la misma que aquí ves, sultán de reyes de los efrits.”
El efrit se volvió entonces hacia la mula, y le dijo: “¿Es verdad todo eso?” Y la mula movió la cabeza como afirmando: “Sí, sí; todo es verdad.”
Esta historia consiguió satisfacer al efrit, que, lleno de emoción y de placer, hizo gracia al anciano del último tercio de la sangre.
En aquel
momento Schahrazada vio aparecer la mañana, y discretamente dejó de hablar, sin
aprovecharse más del permiso. Entonces su hermana Doniazada dijo: “¡Ah, hermana
mía! ¡Cuán dulces, cuán amables y cuán deliciosas son en su frescura tus
palabras!” Y Schahrazada contestó: “Nada es eso comparado con lo que te contaré
la noche próxima, si vivo aún y el rey quiere conservarme.” Y el rey se dijo:
“¡Por Alah! No la mataré hasta que le haya oído la continuación de su relato,
que es asombroso.”
Entonces
el rey marchó a la sala de justicia. Entraron el visir y los oficiales y se
llenó el diván de gente. Y el rey juzgó, nombró, destituyó, despachó sus
asuntos y dio órdenes hasta el fin del día. Luego se levantó el diván y el rey
volvió a palacio.
Daniazada dijo: “Hermana mía, te suplico que termines tu relato.” Y Schahrazada contestó: “Con toda la generosidad y simpatía de mi corazón.” Y prosiguió después:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que, cuando el tercer jeique contó al efrit el más asombroso de los tres cuentos, el efrit se maravilló mucho, y emocionado y placentero, dijo: “Concedo el resto de la sangre por que había de redimirse el crimen, y dejo en libertad al mercader.”
Entonces el mercader, contentísimo, salió al encuentro de los jeiques y les dio miles de gracias. Ellos, a su vez, le felicitaron por el indulto. Y cada cual regresó a su país.
Fuente:
Las mil y una noches, Antología de cuentos árabes, descargada www.escolar.com el 17 de Octubre de 2022, p. 9.
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