— ¡Despierta, deja de dormir!
Entonces se encontró delante de una imagen conocida: era el arcángel Gabriel... Su frente era limpia y serena, su cutis blanco como la nieve; el pelo le caía sobre los hombros; sus alas eran de múltiples y deslumbrantes colores y sus ropas estaban cubiertas de perlas y bordados de oro.
Entonces, el arcángel materializó un caballo blanco delante del profeta; pero no era un caballo común; se dice que tenía un rostro humano, pero sus mejillas eran las de un caballo; sus ojos eran color violeta y brillaban como las estrellas; sus alas semejaban las de un águila, pero eran mucho más grandes y fuertes, además de que proyectaban rayos de luz. El profeta se dio cuenta de que el caballo era hembra y dicen los escritos que se llamaba Al Buraq, que significa "el relámpago", lo que da cuenta de su brillantez y su velocidad.
Mahoma se
dispuso a montar en esta yegua maravillosa, pero cuando se acercó, ella se
encabritó.
— ¡Quieta, Buraq! -dijo el arcángel-; éste es el Profeta de Dios, tú nunca has sido montada por un mortal tan favorecido por Alá.
— ¡Oh
Gabriel! -replicó la propia Buraq- ¿Acaso no recuerdas que yo he llevado al
patriarca Abraham, el amigo de Dios, cuando visitó a su hijo Ismael?... ¿No fue
él el mediador, el intercesor, el autor de la profesión de fe?
—Sí, Buraq
-respondió el arcángel-; pero este es Mahoma Ibn Abdallah, descendiente de una
de las tribus de Arabia y depositario de la verdadera fe. Él es el jefe de los hijos
de Adán y lleva el sello de los profetas. Todas las criaturas deben contar con
su intercesión antes de entrar en el paraíso. El cielo está en su mano derecha,
como recompensa para los que creen en él, y a su izquierda está el fuego de la
Gehena, donde serán arrojados quienes se opongan a sus doctrinas.
— ¡Oh,
Gabriel! -dijo Buraq-, por la fe que existe entre tú y él, haz que interceda
por mí el día de la resurrección.
— Yo te
aseguro, ¡oh Buraq! -dijo Mahoma-, que gracias a mi intercesión entrarás en el
paraíso.
Parece que aquellas palabras convencieron a la maravillosa yegua, pues de inmediato permitió que el profeta la montara, y luego extendió sus alas y se remontó por sobre las montañas que rodean a La Meca. Después de un tiempo de vuelo, el arcángel ordenó:
— ¡Oh
Mahoma!, baja a la tierra y haz oración con dos inflexiones del cuerpo.
— ¡Oh
amigo querido! -dijo Mahoma ya en tierra- ¿Por qué me ordenas rezar en este
lugar?
— Porque
éste es el monte Sinaí, en el que Dios se comunicó con Moisés.
Después de los rezos, se reanudó el vuelo, hasta que Gabriel volvió a ordenar el descenso y el rezo, ante la pregunta de Mahoma, el arcángel respondió:
— Aquí
estamos en la ciudad de Belén, donde nació Jesús, el hijo de María.
Luego siguieron volando, pero de pronto se escuchó a la derecha una voz que exclamó:
— ¡Oh,
Mahoma! Detente un momento, que quiero hablarte, pues de todos los seres
creados, es a ti en quien he depositado mi amor.
Buraq seguía volando y Mahoma no hizo nada por detenerla, pues creía que era la voluntad de Dios la que debiera guiarla y no la suya. Entonces se escuchó otra voz, ahora a la izquierda, que hacía la misma petición; él no hizo caso y continuó su vuelo, pero de pronto apareció en medio del vacío una mujer de extraordinaria belleza, ataviada de una manera muy vistosa; ella lanzó una sonrisa cautivadora hacia el profeta y le dijo:
— ¡Detente
un momento, oh Mahoma!, yo deseo hablar contigo; te amo a ti más que a cualquiera
en el mundo.
Pero Buraq seguía sin detenerse, por lo que Mahoma le preguntó a Gabriel.
— ¿A
quiénes pertenecen esas voces que he escuchado, y quién es esa mujer que se
apareció delante?
— La
primera voz que escuchaste era la de un judío; si te hubieras detenido todo tu
pueblo se hubiera convertido al judaísmo. La segunda voz pertenecía a un
cristiano, y de igual manera, todos se hubieran pasado al cristianismo si tú lo
hubieras escuchado. La dama que trató de seducirte representa los placeres del
mundo, si tú le hubieras hecho caso, todo tu pueblo optaría por el camino de la
perdición.
El vuelo siguió sin interrupción, hasta que Buraq comenzó a descender y finalmente aterrizó delante de las puertas del templo de Jerusalén. Mahoma bajó de su montura y ató la rienda en el mismo aro en el que lo habían hecho los demás profetas antes que él; luego entró en el templo y ahí lo esperaban todos los que habían sido profetas en el mundo; ahí estaba Moisés, Abraham, Jesús y muchos otros; entonces se pusieron a rezar juntos hasta que, en un momento, apareció una escalera de luz que se apoyaba en la piedra angular del templo, que era llamada "piedra de Jacob"; entonces, el arcángel Gabriel ordenó a Mahoma que subiera por esa escalera, y así lo hizo, hasta que alcanzó el primer cielo, entonces Gabriel llamó a la puerta:
— ¿Quién
es? -dijo una voz. -Gabriel
— ¿Quién
está contigo?
— Mahoma.
— ¿Ha
recibido su misión? -Sí.
— Entonces
le damos la bienvenida.
Se abrió la puerta y Mahoma penetró en el primero de los cielos, que era como un templo hecho de plata pura, y en su enorme bóveda brillaban estrellas que estaban colgadas de cadenas de oro; pero en cada una de las estrellas había un ángel que hacía de centinela para evitar que los demonios se posesionaran de ellas. Al entrar en aquel templo-cielo, se acercó un anciano; entonces Gabriel dijo:
— Este es
tu padre Adán, ríndele homenaje.
Así lo hizo Mahoma, y Adán se mostró condescendiente con él, llamándolo el mayor de entre sus hijos y el primero entre los profetas.
Mahoma observó que este cielo estaba poblado por multitud de animales, e intrigado le preguntó a Gabriel por qué era así; el arcángel le contestó que en realidad cada animal era un ángel que había tomado aquella forma para interceder ante Alá por cada una de las especies por ellos representadas.
Utilizando de nuevo la escalera, subieron al segundo cielo; igual que en el primero, Gabriel llamó a la puerta y se realizó el ritual de acceso. Aquel cielo resplandecía con un brillo especial, pues era de acero pulido; aquí vino a su encuentro otro anciano que resultó ser Noé; igual que Adán, él reconoció a Mahoma como el mayor de los profetas.
El tercer cielo era un gran templo cuajado de piedras preciosas, que emitían destellos de tal intensidad que el ojo humano no lo hubiera podido soportar. En el centro de ese templo había un ángel sentado en un trono, y ese personaje era tan grande que se dice que la distancia entre sus ojos equivale a un viaje humano de setenta mil días. Este ángel tenía delante un enorme libro abierto, en el que estaba escribiendo y borrando continuamente.
— Este,
¡oh Mahoma! -dijo Gabriel-, es Azrail, el ángel de la muerte. En el libro que
tiene delante de él escribe los nombres de los que van a nacer y va borrando
los nombres de quienes han vivido ya el tiempo que se les ha asignado, por lo
que mueren en el instante que él los borra.
Subiendo por la escalera, llegaron al cuarto cielo, que también era todo de plata; en este templo había muchos ángeles, pero uno en especial era tan alto como el recorrido de un viaje de quinientos días, mostraba una gran preocupación en su rostro y de sus ojos caían gruesas lágrimas.
— Este
-dijo Gabriel- es el ángel de las lágrimas, y su misión es llorar por los
pecados de los hijos de los hombres y predecir los males que les aguardan.
El quinto cielo era de oro purísimo y apenas entraron en él se presentó Aarón para recibir a Mahoma con grandes manifestaciones de júbilo. En este cielo había un ángel también muy grande que era llamado "el Vengador"; su aspecto era pavoroso, su rostro era cobrizo y estaba lleno de granos y verrugas; de sus ojos salía un brillo de locura y en la mano portaba una gran lanza de fuego; el trono en que se aposentaba estaba rodeado de llamas y frente a él había una gran pila de cadenas al rojo vivo. Dicen las escrituras que si este ángel descendiera a la tierra en su forma real, las montañas se convertirían en vapor, los mares se secarían y todos los habitantes de la tierra morirían de terror. A este ángel, y a los subordinados suyos, se les ha confiado la misión de ejecutar la venganza divina en contra de los infieles y pecadores.
Salieron de este cielo terrorífico y ascendieron al sexto, que está hecho de piedra transparente o cristal de roca; ahí había también un ángel de grandes dimensiones, cuyo cuerpo estaba formado en una mitad de fuego y en la otra de nieve; pero una parte no afectaba a la otra, de manera que la nieve no se derretía ni el fuego se apagaba; en torno a él había un coro de ángeles menores que cantaba alabanzas a Alá.
— Este,
dijo Gabriel, es el ángel guardián del cielo y la tierra; es él quien envía a
los ángeles hacia la gente de tu pueblo, para hacer que su corazón se incline a
favor de tu misión, él lo seguirá haciendo hasta el día de la resurrección.
También en este cielo se encontraron al profeta Moisés, quien al ver a Mahoma, en vez de mostrar alegría, como los demás, se puso a llorar.
—¿Por qué
lloras? -le preguntó Mahoma.
— Porque
estoy viendo a uno que está llamado a enviar al paraíso a mucha más gente de su
pueblo de lo que yo podría hacer con los rebeldes hijos de Israel.
De ahí ascendieron al séptimo cielo, donde fueron recibidos por el patriarca Abraham; esta es la última de las moradas celestiales y está formada, por la luz que emana directamente de Dios, por lo que la experiencia de contemplar este templo es indescriptible en palabras o en conceptos humanos. Se dice que uno solo de los habitantes de este cielo es mayor en tamaño que la tierra misma, y que tiene setenta mil cabezas, en cada cabeza tiene setenta mil bocas, en cada boca tiene setenta mil lenguas; con cada lengua habla setenta mil idiomas distintos y en todos esos idiomas canta al mismo tiempo alabanzas a Dios.
Mientras contemplaba a este ser descomunal, Mahoma se sintió transportado, y fue a parar bajo un árbol que se conoce con el nombre de "sidra", y que crece a la derecha del trono invisible de Alá. Dicen las escrituras que las ramas de este árbol cubren una distancia superior a la que existe entre la tierra y el sol, y bajo su sombra vive una cantidad de ángeles superior a la suma de todos los granos de arena que existen en las playas y las orillas de todos los ríos del mundo; sus hojas son del tamaño de las orejas de los elefantes y miles de pájaros inmortales se posan en sus ramas y desde ahí repiten constantemente versículos del Corán. Los frutos de este árbol son extraordinariamente suaves y más dulces que la miel, además de ser tan grandes que con cada uno de ellos se podría alimentar a todos los seres vivos que existen en el mundo. Cada uno de esos frutos contiene una virgen celestial, de las llamadas "huríes", cuya función es dar placer y felicidad a los verdaderos creyentes. De las raíces de ese árbol manan cuatro ríos; dos fluyen hacia el interior del paraíso y los otros dos bajan al mundo, son aquellos que se conocen como Tigris y Éufrates. Dentro de ese mismo cielo, Mahoma y el arcángel se dirigieron hacia la "Casa de la Adoración", que en árabe se llama "Al Mamur", que está formada por rubíes y adornada con flores rojas y lámparas que siempre están encendidas. Cuando entró Mahoma se le ofrecieron tres recipientes: uno con leche, el otro con vino y otro con miel. El profeta eligió el que contenía leche y bebió de él.
— Tu elección ha sido la correcta -le dijo el arcángel Gabriel-; si hubieras tomado vino tu pueblo se hubiera ido por un camino de perdición; este templo interior dentro del séptimo cielo tiene la misma forma de la Kaaba y se encuentra precisamente encima de ese templo, de manera que existe una relación de energía lineal entre uno y otro templos, asemejándose también en su importancia ritual, aunque con distintas proporciones, pues a este templo celestial acuden diariamente setenta mil ángeles de la más elevada jerarquía, dando siete vueltas al altar central, lo que también hizo Mahoma en señal de acatamiento de la norma. El arcángel le dijo a Mahoma que debía continuar solo a partir de ahí, pues a él le estaba vedado entrar en esos recintos. Entonces Mahoma se introdujo en un ámbito de una luz cegadora y posteriormente entró en otro espacio donde reinaba una oscuridad absoluta; pero cuando llegó al límite de esa oscuridad se sintió paralizado de terror y respeto, pues se encontraba en presencia del propio Alá. El rostro de Dios estaba cubierto por veinte mil velos, pues es tan grande su gloria que son necesarios múltiples filtros para que su fuerza no destruya a los hombres que la contemplan. El gran Dios extendió sus brazos y colocó sus manos sobre el pecho y el hombro de Mahoma, quien entonces sintió un frío que le calaba hasta los huesos, pero inmediatamente después experimentó una sensación de felicidad que no se podría describir en palabras. Entonces el propio Alá dictó a Mahoma muchos de los preceptos que habrían de incorporarse al Corán, poniendo énfasis en las cincuenta oraciones que los verdaderos creyentes deben realizar cada día.
Cuando Mahoma descendió de la presencia divina se encontró con Moisés, y éste le preguntó cuál había sido la principal enseñanza de Alá; entonces Mahoma le dijo que lo principal era hacer cincuenta oraciones diariamente.
— ¿Y
piensas cumplir esa disposición? -dijo Moisés- Yo he intentado que los hijos de
Israel cumplan con ese mismo precepto y no lo he logrado; así que sería
conveniente que regreses ante Alá y le pidas una misión menos difícil. Mahoma
hizo caso del consejo, y consiguió de Alá una reducción de diez oraciones
diarias. Pero al regresar y comentarle a Moisés este éxito, él le dijo que
cuarenta oraciones seguían siendo excesivas, por lo que Mahoma intentó una
nueva negociación con Alá, consiguiendo reducir la cuota de oraciones a cinco
en total.
— ¿Crees
que tu pueblo va a rezar cinco veces cada día? -siguió objetando Moisés-...
¡Por Alá!; yo lo intenté con los hijos de Israel y todo fue en vano; debes
regresar y pedir una nueva reducción.
— ¡No!
-replicó Mahoma con indignación- Ya he pedido clemencia varias veces y me
sentiría avergonzado de hacerlo nuevamente.
Con estas palabras se despidió de Moisés y descendió por la escalera de luz hasta el templo de Jerusalén, desde donde había partido en su visita a los siete cielos.
Incluso para algunos escritores islámicos, este viaje fue solamente un sueño de Mahoma; aunque un sueño extraordinario y lleno de sentido para el Islam. Otros afirman que el viaje se realizó físicamente, y algunos agregan una interesante nota: La dimensión del tiempo se alteró de tal manera que, al partir, el arcángel Gabriel rozó con un ala un vaso que estaba en una mesa, pero éste no llegó a romperse pues Mahoma, al regresar, alcanzó a atraparlo antes de que tocara el piso.
El relato de este viaje fantástico no tuvo el efecto que esperaba Mahoma, sino al contrario, los adeptos consideraron el relato demasiado fuerte, exagerado y truculento, al grado de que se presentó el peligro de apostasía entre los correligionarios; pero entonces intervino Abu Bakr, quien tenía fama de hombre mesurado y declaró bajo juramento que él creía en el relato, lo que salvó la situación; en recompensa por su actuación, Mahoma nombró a Bakr "Al Siddiq" que significa "testigo de la fe", título con el que pasó a la historia del Islam.
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