Habiendo cumplido los doce años, Mahoma se consideraba ya un hombre en su cultura, pues la dureza de la vida árabe no consentía una larga infancia. Como ya hemos dicho, el niño había sido adoptado por el tío Abu Talib, quien, además de ser guardián de la Kaaba y uno de los seis jerarcas de la ciudad, era un verdadero empresario comercial, siguiendo la tradición que había llevado a la familia al encumbramiento; él controlaba las caravanas que comerciaban con Siria y el Yemen, que llegaban hasta la casa de la familia para depositar sus mercancías, y probablemente algunos de los comerciantes eran hospedados ahí mismo, por lo que el niño tenía oportunidad de conversar con ellos y escuchar sus relatos, lo que llenaba su imaginación de fantasías y su voluntad de viajar era muy grande, por lo que al cumplir los doce años hizo valer su condición de joven con derecho a la autodeterminación y le pidió al tío que lo integrara a la caravana que partiría hacia Siria, a lo que accedió Abu Talib.
Aquella fue una gran experiencia para un niño que había tenido una visión tan limitada del mundo; como se comprenderá, en aquellos tiempos un viaje por el desierto a lomo de camello no era una empresa fácil, y desde luego llevaba mucho tiempo, por lo que el viaje fue muy intenso y extraordinariamente formativo para Mahoma, quien obtendría de aquel viaje un conjunto de imágenes y de leyendas que se transparentan en su posterior elaboración de un sistema filosófico y religioso. En especial se señalan dos tradiciones que se encuentran en el Corán y de las que se dice que fueron concebidas durante ese viaje. La primera de ellas se relaciona con la región montañosa que tenía el nombre de Hachar; por ahí transitó la caravana, pasando por impresionantes cuevas en las laderas de los montes; se decía que esas cuevas habían sido habitadas por la etnia de los Tamud, que era una de las tribus originales de los árabes y que descendía de una raza de gigantes que había existido en tiempos inmemoriales y que habían alcanzado un alto grado de cultura; pero también se habían alejado de la fe verdadera y habían ofendido a Dios al practicar rituales profanos, por lo que Dios envió a un profeta llamado Salih, para que por medio de su palabra comprendieran lo impío de sus actos. Pero aquellos idólatras se negaron a escuchar las prédicas de Salih mientras éste no les demostrase que realmente era el mensajero de Dios, para lo que debía obrar el milagro que le pedían, y era éste que de la roca viva surgiera nada menos que una camella embarazada; el profeta efectivamente produjo ese prodigio, por lo que muchos de los tamudeos regresaron a la buena fe, pero muchos otros porfiaron en sus prácticas heréticas; ofendido, el profeta se retiró, dejando a la camella y su cría como señal de la buena voluntad de Dios hacia ese pueblo ingrato; pero los disidentes, en vez de cuidar y adorar a la camella, la mataron, lo que representó la muerte para ellos mismos, con lo que la población de aquella tribu quedo disminuida, tanto en número como en capacidad para enfrentarse al medio ambiente.
Otra de
las leyendas que escuchó Mahoma durante este viaje es aquella que se refiere a
la ciudad de Ayla, situada junto al Mar Rojo, de la que se decía que había sido
fundada por una de las tribus de Israel, quienes también habían caído en la
idolatría y profanado el sabbath, por lo que todos los ancianos habían sido
transformados en cerdos y los jóvenes en monos.
Estos y
otros ejemplos similares fueron incorporados a la doctrina islámica como apoyo
para la generación del temor de Dios, y en especial para señalar una de las más
graves ofensas, que es la idolatría.
Relatan
las escrituras sagradas que la caravana llegó a la ciudad de Bostra, que hacía
de frontera con el territorio sirio y era la morada de la tribu de Manases,
quienes seguían la fe cristiana, en la vertiente nestoriana. La caravana se
aposentó cerca de un convento de monjes, quienes recibieron a Abu Talib y a
Mahoma en sus recintos, brindándoles hospitalidad; entonces Mahoma conversó con
uno de los monjes, llamado Sergio, quien se sorprendió con la extraordinaria
inteligencia del muchacho, y sobre todo por su sensibilidad religiosa. En
aquella conversación se tocó el tema de la idolatría, que para los nestorianos
era también un grave pecado, por lo que ellos prohibían cualquier
representación de imágenes, incluso la propia cruz, pues consideraban que la fe
se pervertía al colocar delante al símbolo y adorarlo, en vez de adorar la
esencia o la persona de Dios o los personajes sagrados.
Se dice
que Mahoma aprendió de estos monjes la prudencia respecto de la propuesta de
imágenes religiosas que caracteriza al Islam, aunque esta es una iniciativa
común en todos los sistemas religiosos, pero no en todos se presenta como una tajante
prohibición, cual fue la disposición de Mahoma.
Las
vivencias de este viaje, y sus efectos en la formación del futuro líder
religioso han sido ampliamente comentadas por los escritores musulmanes, muchas
veces mezcladas con el mito y la fantasía, pero es indudable que este viaje
representó para Mahoma, quien era un niño extraordinariamente receptivo, una
experiencia en verdad trascendente, y también parece evidente que algunos
rasgos de su sistema religioso tiene ese origen, lo que creó en él una especial
reverencia por la tierra siria, que para él había sido la patria verdadera del
patriarca Abraham y la tierra donde se había gestado la conciencia del único y
verdadero Dios, de Alá.
Fuente:
Los Grandes – Mahoma, Editorial Tomo, p. 23 – 26.
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