Pero Mahoma no limitó sus viajes a los que se propiciaban por los negocios de la familia, pues adquirió fama de tener talento comercial, además de un buen conocimiento de las rutas y manejo de las caravanas, por lo que sus servicios eran requeridos por otros comerciantes, que tenían negocios en varias regiones y con tribus distintas, lo que le permitió ampliar su conocimiento del mundo árabe, pero no solamente en un sentido comercial, pues durante sus viajes, Mahoma se aficionó a asistir a las ferias en muchas poblaciones de la región; en estas ferias no solamente se propiciaba el intercambio comercial, sino también el literario, pues frecuentemente se celebraban certámenes de poesía y retórica en los que se narraban cuentos y poemas, la mayoría de las veces solamente por tradición oral, pues los poetas y narradores árabes generalmente eran iletrados, pero en esos tiempos no era realmente lo importante el dejar constancia escrita de esas composiciones, sino manifestarlas de manera retórica y como piezas oratorias, pues los árabes tenían en alta estima la palabra poética y era ésta su principal manifestación artística, lo que también fue recogido por Mahoma y llevado al grado de lo sublime en el Islam, que se desarrolló como una religión extraordinariamente retórica, al grado de que hasta los templos están cubiertos de palabras, como si fueran estructuras narrativas y no arquitectónicas. Se dice que uno de los principales atributos de Mahoma era su gran talento para el manejo de la palabra y que al hablar reflejaba una gran cultura, lo que en las creencias del Islam se entiende como un fenómeno de inspiración divina, pues Mahoma era como el vocero de Dios; pero desde el punto de vista histórico, podemos suponer que su capacidad lingüística se desarrolló en estas ferias y por el contacto con los poetas populares, quienes además le dieron un panorama cultural y religioso de muchos pueblos, y la posibilidad de comprender la compleja estructura psicológica de sus compatriotas, a través de la expresión de sus más sensibles exponentes.
En esos tiempos, Mahoma entra en relación con una viuda rica, de nombre Kadidja, quien pertenecía a la tribu de los Coraix y había enviudado recientemente de su segundo marido, quien había sido un importante comerciante de La Meca, por lo que la viuda necesitaba un administrador para continuar con los negocios por su cuenta. Un sobrino de Kadidja, Juzaina, había sido compañero de viaje de Mahoma, por lo que conociendo sus habilidades, no dudó en recomendarlo a su tía como la persona idónea para hacerse cargo de sus negocios. Al entrevistarse con él, Kadidja de inmediato se interesó en el joven, quien en ese tiempo tenía veinticinco años y había heredado el varonil atractivo de su padre, por lo que la viuda le ofreció más del doble del sueldo normal, con tal de que entrara a su servicio y se encargara de llevar una caravana que planeaba enviar a Siria, oferta que Mahoma no podía rechazar, aunque primero tuvo que solicitar el permiso de su tío Abu Talib, pues entre los árabes la lealtad es un valor fundamental y no es concebible romper con la solidaridad familiar o tribal, aunque se tengan grandes ventajas al hacerlo. El tío no tuvo inconveniente en que Mahoma realizara aquel viaje por cuenta de Kadidja, aunque ella era su competidora comercial, pero tal vez influyó el hecho de que ella pertenecía a la misma tribu, por lo que no era realmente un acto desleal el servirla. Mahoma cumplió eficientemente con su encargo y Kadidja, complacida, le pagó el doble de la cantidad convenida, lo que era extremadamente generoso de su parte, además de que en esas mismas condiciones lo envió a otras expediciones, con los mismos resultados, satisfactorios para ambos.
Kadidja era una mujer inteligente y de fuerte carácter, por aquellos tiempos tenía cuarenta años de edad, lo que aun en los estándares de la época era una mujer todavía joven, por lo que se sintió fuertemente atraída por la belleza y el talento de Mahoma, y terminó por enamorarse profundamente de él. Los escritos islámicos atribuyen ese enamoramiento a cierta visión mística que tenía Kadidja, quien veía en el fondo de la personalidad de aquel joven comerciante al mismo enviado de Dios, aunque históricamente y en un sentido humano, aquel amor resulta perfectamente comprensible en una mujer de las características de Kadidja. Así que un día no resistió más y envió a uno de sus esclavos, llamado Maisara, para que hablara con Mahoma y, discretamente, le ofreciera el matrimonio con ella. El relato de aquella negociación resulta literariamente interesante:
— Mahoma
-preguntó Maisara-, ¿por qué no te casas?
— Porque
no tengo recursos, se necesita dinero para casarse -replicó Mahoma.
— ¿Pero,
si una dama rica, bella y de alto linaje, te ofreciera su mano?... ¿entonces
aceptarías?
— ¿Y quién
podría ser esa dama? -contestó Mahoma.
— Mi ama,
Kadidja
— ¡No es
posible!
—Tú déjalo
en mis manos -dijo Maisara, y regresó donde su ama para contarle lo ocurrido;
entonces se concertó una cita y la boda quedó pactada; aunque el padre de
Kadidja se opuso a ello, pues era sabido que Mahoma, a pesar de su linaje, era
un hombre pobre y pensó que aceptaba a la viuda por su dinero; pero Kadidja lo
convenció de las buenas intenciones del joven. Tampoco los familiares de Mahoma
estaban muy convencidos del asunto, considerando la diferencia de edades, pero
Kadidja organizó un banquete de bodas en el que se comió opíparamente y corrió
el vino con gran generosidad, por lo que se dulcificó el humor de ambas
familias, además de que se mandó matar un camello para repartir su carne entre
la gente del pueblo, por lo que aquellas bodas fueron celebradas por todos.
Los Grandes – Mahoma, Editorial Tomo, p. 27 – 30.
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