En el siglo XII, con el despertar de los pueblos turcos, el poder del Imperio Bizantino comenzó a debilitarse. Constantinopla perdió la Italia bizantina y el interior de Anatolia, tierras estratégicas consideradas el "granero" de la capital cristiana, porque hasta entonces habían proporcionado la mayor parte de víveres y hombres para su ejército. Asentados en las fronteras del Imperio Oriental, los guerreros selyúcidas (turcos) organizaban frecuentes incursiones contra el territorio bizantino.
A la progresiva pérdida de territorio se añadieron las terribles consecuencias de la peste negra y la irrupción de los otomanos, un pueblo guerrero también de raíces turcas. Las convulsiones que sufrió Bizancio fueron aprovechadas por los otomanos para penetrar en Europa, donde lograron controlar buena parte del curso del Danubio hasta que el continente quedó cercado por los turcos. Ya comenzado el siglo XV, surgió la figura del sultán Murat, hombre pacífico cuyo único anhelo era dedicar su tiempo a la contemplación, quien sin embargo pronto comprendió que debía tomar las riendas de su reino.
En junio de 1422, Murat sitió a Constantinopla, pero no contaba con las máquinas de asedio adecuadas para echar abajo las recias murallas, por lo que sus habitantes pudieron respirar tranquilos. Durante su reinado reorganizó los regimientos de jenízaros, convirtiéndolos en la unidad élite del ejército otomano. Este cuerpo militar había sido creado en 1326 con el objetivo de servir como una especie de guardia pretoriana del sultán Orkhan. La unidad de jenízaros estaba compuesta por unos 15,000 hijos de familias cristianas balcánicas y por jóvenes que habían sido raptados de niños por piratas musulmanes en países mediterráneos.
Aunque no
pudo tomar Constantinopla, el sultán Murat doblegó los territorios que
actualmente ocupan Grecia, Hungría y algunas naciones balcánicas. Tras años de
buen gobierno, en los que el pueblo disfrutó de prosperidad, Murat falleció el
13 de febrero de 1451. Lo sucedió su hijo Mehmet II, hombre apuesto, aficionado
a los buenos vinos y la compañía de artistas. Sin embargo, estaba más volcado
en la guerra que su padre, rasgo de su carácter que pronto descubrirían los
habitantes de Constantinopla. Aunque el emperador de Bizancio, Constantino XI,
tenía noticias de la violenta personalidad del nuevo sultán turco, quedó
sorprendido ante sus promesas de no intentar ningún ataque a la capital
bizantina. Pero si Mehmet mantuvo una actitud pacifista fue para ganar tiempo
mientras pertrechaba a su ejército. En el invierno de 1451, el sultán otomano
ordenó la construcción de un castillo en la zona más angosta del Bósforo -cuyas
murallas se elevan todavía hoy, en una de sus orillas junto a Estambul- como
fortaleza estratégica.
Muy Interesante Historia, ‘El Islam. Los misterios de una religión’, Ed. Televisa, p. 60 – 62.
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