Tras varias semanas de asedio, bombardeo artillero y feroces combates, el 28 de mayo de 1453 se produjo el ataque final, que duró más de veinte horas. Viendo todo perdido, Constantino se desprendió de sus atributos imperiales y se lanzó contra los invasores. Más tarde encontraron su cadáver en la puerta de San Romano. Su cabeza, conservada en sal, fue exhibida por todo el Imperio Otomano como testimonio del triunfo de Mehmet II. Un cristiano renegado al servicio del sultán, Miguel Critóbulo, describió el salvaje saqueo de Constantinopla y el asesinato de sus habitantes. "Ninguna tragedia podrá jamás igualar a ésta en horror. ¡Espantoso y terrible espectáculo! Se mataba a seres desgraciados que salían de sus casas y corrían por las calles... y caían bajo la espada antes de haberse dado cuenta de la realidad". Constantinopla pasó a denominarse Estambul y se convirtió en la nueva capital del Imperio Otomano.
A miles de kilómetros, el reino nazarí de Granada comenzaba su declive ante el empuje de los cristianos. Tras diez años de intensas batallas y de continuas rencillas internas entre los clanes dirigentes del reino nazarí, las tropas de Isabel de Castilla y de Fernando de Aragón lograron sitiar Granada. Finalmente, la ciudad cayó por capitulación el 2 de enero de 1492. Los éxitos de los Reyes Católicos proporcionaron vitalidad y seguridad a los reinos cristianos de la Península. El islam había ganado una plaza importantísima en Constantinopla, pero su imperio se había debilitado con la pérdida de su último enclave en la Península Ibérica. Además, el descubrimiento de América y las nuevas vías marítimas que abrieron los navegantes portugueses tuvieron otras desagradables consecuencias para algunos enclaves estratégicos del islam. La posibilidad de acceder a los productos de Oriente a través del mar y la apertura a un nuevo y prolífico mercado en el Nuevo Mundo hundieron a los centros comerciales de Alejandría, Samarcanda y Bujara.
Fuente:
Muy Interesante Historia, ‘El Islam. Los misterios de una religión’, Ed. Televisa, p. 62 – 63.
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