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Mamelucos y otomanos, el auge de los ejércitos esclavos

Rellenando el vacío de poder resultante de la decadencia de la dinastía ayyubí, la élite militar mameluca conquistó el poder en Egipto y procedió a fundar un Estado altamente militarizado en el que ellos dejaron de ser la élite de un ejército de soldados libres para convertirse en la propia base social del régimen. Los mercaderes los reclutaban como esclavos -en el mundo islámico, el esclavo gozaba de un estatus social elevado, en absoluto marginal- en Asia Central entre los 10 y 12 años.

Los esclavos eran vendidos posteriormente por los mercaderes a los señores de la guerra, que los adiestraban en los secretos bélicos (y muy especialmente en el dominio del arco compuesto y de la monta), para posteriormente liberarlos y beneficiarse de sus servicios en virtud de una obligación moral contraída con el antiguo patrón. Será la dicotomía con los mongoles la que proyectará la imagen de estos jinetes, que se movían exclusivamente por lazos de lealtad personales, como guerreros invencibles. Sin embargo, la politización del ejército y la intervención de los mamelucos en litigios de sucesión dinástica precipitó un declive rubricado a principios del siglo XV por las derrotas frente a Tamerlán -el caudillo mongol islamizado-, que acabaron acelerando el colapso del sultanato. 

El imparable declive mameluco trasladó el epicentro del mundo musulmán hacia el Este, donde ya había surgido un nuevo poder hegemónico a principios del siglo XIV: los turcos otomanos, un pueblo nómada desplazado un siglo antes hacia el occidente anatolio por culpa del avance mongol. El pujante imperio se expandió a velocidad meteórica penetrando en Europa hacia el Danubio y el Éufrates e imponiendo su devastador poderío militar sobre Hungría, Moldavia, Transilvania y Grecia. Esto además empujó al colapso definitivo al maltrecho Imperio Bizantino, desintegrado tras la toma otomana de la inexpugnable Constantinopla en 1453. 

El esplendor militar otomano comenzó a forjarse en 1326, bajo el reinado del sultán Orhan, y contempló el protagonismo de dos unidades legendarias: la caballería sipahi y los jenízaros. La primera, de corte feudal y nutrida de caballeros vinculados al sultán por lazos de vasallaje -sellado en el usufructo de un feudo de dimensiones variables- constituía el grueso de las huestes otomanas y el brazo ofensivo más eficaz de las mismas. La caballería pesada -reclutada fundamentalmente en las provincias europeas- eran los sipahi, el motor ofensivo del ejército otomano hasta bien entrado el siglo XVI. 

A la infantería regular -los yaya-, se suman a partir de 1326 los jenízaros, el cuerpo de infantería de élite más característico de las huestes otomanas durante toda su historia. Alistados en virtud de un sistema que llevaba por nombre devshirme, estos extraordinarios soldados de a pie eran reclutados entre los hijos de los súbditos cristianos en los territorios europeos recientemente adquiridos. Educados en la religión islámica, los jenízaros conservaban buena parte de los rituales cristianos de sus orígenes, desarrollando así un intenso espíritu corporativo que les otorgaba una cohesión única. Armados originalmente de arco, ballesta y sable curvo otomano, los jenízaros eran célebres por su distintivo tocado börk y la banda de bronce y penacho. 

Evolucionaron con los tiempos y forjaron su leyenda a partir de mediados del siglo XV con las primeras armas de fuego de mano. Aunque el ejército otomano tenía una unidad de especialistas en esta clase de armamento, los tufekcis -maestros en el manejo del arcabuz y el mosquete- fueron los jenízaros quienes mayor partido estratégico sacaron a esta nueva tecnología. En realidad, era un tiempo en que la artillería otomana estaba considerada como una de las más avanzadas del mundo, merced a sus cañones gigantes de gran alcance y a su pólvora de inmejorable calidad. 

Gracias a ello se erigieron en una extraordinaria fuerza de choque, ideal para la toma de ciudades fortificadas -los ejércitos otomanos estaban pertrechados de magníficos trenes de asedio- y complemento ideal en el campo de batalla de la caballería sipahi. La relajación en la disciplina y el descenso en la calidad del reclutamiento terminó por desnaturalizar el carácter indómito de los jenízaros, que, no obstante, siguieron siendo la unidad más célebre de un ejército que alcanzó el cénit de su capacidad logística con Suleimán el Magnífico. Iniciaron su lenta decadencia en 1571, coincidiendo con su derrota naval frente a la flota cristiana en la decisiva batalla de Lepanto. 


Fuente:
Por Roberto Piorno en Muy Interesante Historia, ‘El Islam. Los misterios de una religión’, Ed. Televisa, p. 40 – 41.

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