Ayyubíes, selyúcidas, almorávides y almohades.
La desintegración y colapso del califato abasí precede al surgimiento de múltiples dinastías que, lejos de representar un poder unitario ante la irrupción en Oriente de los caballeros cruzados a partir de 1096, se desangró frecuentemente en cruentos conflictos intestinos. De entre todos estos nacientes Estados, por su papel activo en las Cruzadas y por la magnitud político-militar de los regímenes que los sostienen, destacan los turcos selyúcidas en Siria y Anatolia, y los fatimíes y ayyubíes en Egipto.
El Imperio Selyúcida puso de relieve su elevado potencial militar cuando derrotó de modo estrepitoso a los bizantinos en la batalla de Manzikert (1071), prólogo de la Primera Cruzada. A causa de los orígenes turcos de la dinastía, su ejército estaba compuesto principalmente por turcomanos del Asia Central que, bien sea como caballería o infantería, tenían su mejor argumento ofensivo en el arco compuesto -de forma recurva, corto y con extraordinaria potencia, debido a la acción mecánica resultante de combinar asta, madera y tendón-. Los ghulams, por su parte, continuaron siendo la estrella de los cuerpos de élite. Cada vez más pesadamente armados, estos temibles contingentes de caballería desarrollaron una efectividad incomparable en el disparo desde la montura, lanzando hasta cinco flechas cada tres segundos.
Fue también fundamental la inclusión en los contingentes selyúcidas de mercenarios aristócratas bizantinos y de caballería e infantería europea, con especial predilección por los ballesteros italianos. Sin embargo, fue en Egipto donde los ejércitos islámicos se aproximaron al cénit, gracias a la aparición en escena de Saladino, líder de la dinastía ayyubí, que aprovechó la decadencia de los fatimíes y de los selyúcidas para ofrecer a los reinos cruzados la primera resistencia de un poder islámico centralizado, con la Tercera Cruzada como escenario. Con la muerte del último califa fatimí, el caudillo ayyubí reclutó un ejército propio reutilizando las huestes turcomanas fatimíes como complemento de nuevas levas de caballería pesada kurda y de ghulams en Egipto, llamados "mamelucos". Con Saladino, los ejércitos esclavos iniciaron una era de esplendor. Sus mamelucos, en combinación con la caballería ligera árabe, se erigieron como el mejor cuerpo de caballería del mundo medieval.
Mientras Saladino dominaba con puño de hierro el Oriente islámico, Occidente sucumbía ante el empuje de los almohades. Se trataba de una dinastía norteafricana que estaba extendiendo sus tentáculos hasta la Península Ibérica, rubricando los últimos días de gloria del islam peninsular, que había perdido en las Navas de Tolosa su particular Cruzada contra los reinos cristianos. Aquel islam, en el terreno militar, presentó matices desde que atravesó el estrecho (711) bajo el mando de Tarik.
Lejos del influjo turcomano que define la personalidad militar del mundo islámico oriental, los ejércitos musulmanes peninsulares se apoyaron desde la conquista en el elemento beréber -pobremente armado con escudos de cuero, jabalinas y espadas cortas— y en el mercenariado norteafricano. La influencia europea, fundamentalmente franca, así como la progresiva importancia de los saqaliba (de origen eslavo) son los rasgos distintivos de los contingentes peninsulares. Son los almorávides —que penetraron en la Península para quedarse en auxilio de los reinos de taifas en 1086- los que, conforme a sus peculiaridades dinásticas, impusieron novedades en la conformación de los ejércitos de al-Andalus. El origen marcial de la dinastía -los almorávides son monjes guerreros nómadas procedentes del Sahara- explica la solidez de su tradición militar. Apoyados fundamentalmente en la infantería y la caballería beréber y en contingentes de esclavos del África negra, los almorávides fueron los primeros musulmanes en entrenar a negros de origen africano como efectivos jinetes de caballería ligera. La orientación africana de sus ejércitos cristalizó en la formación de los hasham, un nuevo cuerpo de infantería de élite procedente del continente negro.
Aquella tradición africana permaneció vigente con la irrupción de los almohades, dinastía que incorporaba al grueso de su ejército la mayoría de los contingentes almorávides. Innovaron así con la incorporación de la llamada "guardia negra", constituida por soldados fanáticos procedentes de Senegal, y con la creación de una nueva élite militar: los huffaz, hijos de líderes tribales que vivían en la corte, donde recibían un completo y exigente adiestramiento para la guerra.
Fuente:Por Roberto Piorno en Muy Interesante Historia, ‘El Islam. Los misterios de una religión’, Ed. Televisa, p. 38 – 39.
Comentarios
Publicar un comentario
Si deseas comentar dentro de la línea del respeto, eres bienvenido para expresarte