Fue Uzman
quien completó la misión. El piadoso califa confió la tarea a Zayd ibn Tabit,
quien ya la había iniciado bajo la batuta de Abu Bakr. Reunió un consejo
integrado por los compañeros del Profeta, remitió mensajes a todos los gobernadores
y reunió a los memoriones. El resultado fueron 7,700 palabras, 6,211 versos y
114 suras que se ordenaron sólo atendiendo a su longitud decreciente.
Las primeras versiones de El Corán adolecían de varios problemas que enturbiaban su claridad. El mayor de ellos fue que, en la primera mitad del siglo VI, la grafía del árabe era muy básica. Teólogos y gramáticos no llegaron a un consenso hasta doscientos años después. En el siglo IX, el erudito persa Amr ibn Uzman ibn Qanbar Sibawaih ayudó a fijar definitivamente la grafía actual del árabe y, por ende, de El Corán. Desde entonces, existe una única versión del libro sagrado —según los musulmanes, fiel reflejo de la que se conserva en el cielo— y catorce lecturas oficiales (primero fueron siete). Las variantes entre ellas son mínimas. En particular, se vinculan a la forma en la que se dividen y cortan las aleyas, hecho que explica que existan numeraciones diferentes. Una de las más extendidas es la lectura de El Corán editado en El Cairo. Reproduce la versión de Asim ibn Abi n-Na-chud de Kufa, uno de los primeros siete lectores. Mil doscientos años después, tanto el texto como su interpretación permanecen inalterables.
Fuente:Por Javier Martín en Muy Interesante Historia, ‘El Islam. Los misterios de una religión’, Ed. Televisa, p. 33.
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