Era una vasta extensión de arena, montes y rocas salteada de oasis en la que diversas tribus luchaban por el control del comercio y los escasos acuíferos. Aparte de cierto pastoreo, las principales actividades eran el trasiego de caravanas y el pillaje. Las mercancías se desembarcaban en el puerto yemení de Adén y eran transportadas en largas hileras de camellos hasta el acaudalado oasis de La Meca, patria de mercaderes paganos, adoradores de betilos. El más importante de éstos era un trozo de obsidiana -la célebre Piedra Negra-, que se veneraba en un santuario cúbico conocido como la Kaaba. Desiertos y oasis hospedaban también diferentes comunidades de judíos y cristianos. La colonia judía más poderosa habitaba en el palmeral de Medina, donde Mahoma halló refugio en el año 622, cuando huyó de la animadversión de sus conciudadanos de La Meca, suceso conocido como la Hégira.
Las comunidades cristianas eran más austeras. Aparte de los diferentes anacoretas que vivían en pequeños oasis y oscuras cuevas, existía una colonia en el palmeral de Nachram, a unos 800 kilómetros al sur de La Meca. Uno de los escasos pasajes que se conocen de la adolescencia de Mahoma lo protagoniza uno de aquellos monjes solitarios. Cuentan las crónicas que, en uno de sus primeros viajes comerciales, la caravana en la que el Profeta trabajaba se encontró con un ermitaño llamado Bahira, quien al ver una nube que lo protegía del sol, presagió que era el elegido. Otro cristiano habría desempeñado también un papel crucial en la vida del Mensajero. Relata el arabista español Julio Cortés -en su introducción a la primera traducción española de El Corán- que cuando Mahoma recibió la primera revelación acudió desorientado a su mujer, Jadiya, la cual se lo contó a uno de sus hermanos, Waraqa ibn Nawfal, quien se dice era cristiano y lo tranquilizó al argumentar que la criatura que lo había interpelado era el Ángel de la Revelación.
Tanto el paganismo de los árabes como los textos sagrados de las otras comunidades religiosas contribuyeron a modelar el mensaje de Mahoma. En general, se acepta que el Profeta de los musulmanes nació en torno al 570 (del cristianismo) y la primera revelación le llegó cumplidos los cuarenta años, cuando un ser divino le ordenó: "Recita, en el nombre de Dios Creador, que ha creado al hombre de un coágulo de sangre" (El Corán, 96, 1-2). La segunda manifestación no se produjo hasta dos años después. Además de afrontar una comprensible inquietud personal, Mahoma hubo de combatir la incredulidad de sus conciudadanos, quienes lo tacharon de poeta y adivino.
La angustia del Profeta por ganarse la aprobación de los judíos se refleja en el propio Corán. Sin embargo, aunque Mahoma logró formar una pequeña comunidad de creyentes, se enfrentó al rechazo de la mayoría de los jefes mequineses. La reticencia era comprensible. Desde el principio, el Profeta presentó el islam como la culminación de la religión bíblica. Después, tras el rechazo de las comunidades judías, lo describió como la reforma del propio judaísmo y cristianismo; como el regreso a la fe verdadera del padre Abraham.
Fuente:
Por Javier Martín en Muy Interesante Historia, ‘El Islam. Los misterios de una religión’, Ed. Televisa, p. 31 – 32.
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