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Transformación de Jesús. Protestas de algunos discípulos

Andrés, quien está tan confundido como los demás, comen­ta: "Maestro, mis hermanos y yo no comprendemos tus palabras. Creemos plena y totalmente que eres el Hijo de Dios, pero ahora escuchamos esas extrañas palabras acerca de dejarnos y morir a manos de los hombres, cuando tu misión es de salvación y redención".

A la petición de Andrés, Jesús explica: "Hermanos míos, debido a que creen firmemente que soy el Hijo de Dios, les diré la verdad sobre el final del Hijo del Hombre en la tie­rra, porque también continúan creyendo que soy el Mesías y no desechan la idea de que debo sentarme en el trono en Jerusalén; por eso, el Hijo del Hombre pronto irá a Jerusalén a sufrir muchas penalidades, será rechazado por los escri­bas, ancianos y los principales sacerdotes, pero no será todo, después será ejecutado y resucitará de entre los muertos. Lo digo abiertamente para que estén preparados para cuan­do esos acontecimientos se precipiten sobre nosotros".

Pedro se acerca rápidamente hacia él y tocando sus hom­bros por la espalda, casi grita cuando dice: "Maestro, nues­tra intención no es contradecirte, pero declaro que todo lo malo que pregonas no sucederá nunca". Pedro habla así porque ama a Jesús, pero la naturaleza humana del Maestro sabe que este afecto bien intencionado es una tentación para modificar su destino de continuar hasta el fin su vida te­rrenal de acuerdo con la voluntad de su Padre, Dios.

Al percibir este peligro, Jesús sostiene las manos de Pedro y le dice con voz firme: "¡Quédate detrás de mí! Hue­les al espíritu del adversario, al tentador. Cuando hablas de esta manera, no estás de mi parte, sino de la de nuestro enemigo, porque tu amor por mí lo conviertes en impedi­mento para que yo haga la voluntad del Padre, por eso, una vez más les digo, ¡no pongan atención a los caminos de los hombres, sino a la voluntad de Dios!"

Sin dar tiempo a pausas o interrupciones, agrega: "Si alguien quiere seguirme, que no haga caso de sí mismo, sino que lleve a cabo, día a día, sus responsabilidades. Por­que el que quiera salvar su vida egoístamente, la perderá, pero el que la pierda por mi causa y por el evangelio, la salvará. ¿De qué le sirve a los humanos ganar el mundo entero si pierden sus almas? ¿Qué pueden dar a cambio de la vida eterna? En esta generación pecaminosa e hipócrita, ustedes no deben avergonzarse de mí y mis palabras, por­que yo no lo haré al reconocerlos cuando aparezcan con gloria delante de mi Padre. Sin embargo, muchos de uste­des que ahora están delante de mí, no experimentarán la muerte hasta que hayan visto llegar con poder este reino de Dios".

Los leales y valientes corazones de los apóstoles están conmovidos ante este llamamiento y ninguno de ellos de­sea abandonar a Jesús, pues no van solos a la batalla final; él los conduce. Todos captan lentamente la idea de que Je­sús les habla sobre la posibilidad de su muerte, pero la idea de la resurrección no la captan claramente para grabarse en la mente de los discípulos.

Fuente:
Los Grandes. Jesús, Editorial Tomo, p. 139 – 142.

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