Jesús conoce sus pensamientos, aunque no se los digan, por lo que toma a uno de los hijos pequeños de Pedro, lo sienta en su pierna y dice: "En verdad les digo que a menos que cambien de opinión y se parezcan más a este niño, poco avance harán en el reino de los cielos. Quien quiera que sea humilde y se vuelva como este pequeño, se convertirá en el más grande en el reino de los cielos".
Jesús guarda un minuto en silencio, dando pauta para que quienes lo escuchan, asimilen perfectamente bien sus palabras: "Quien quiera que reciba a un pequeño como éste, me recibe a mí y aquellos que me reciben lo hacen también con Aquél que me ha enviado. Si quieren ser los primeros en el reino, esfórcense en añadir estas buenas verdades a sus hermanos en la carne. Pero si alguien hace tropezar a uno de estos pequeños, será mejor para él que le aten una piedra de molino al cuello y lo arrojen al mar. Si lo que hacen con las manos o lo que ven ofenden el florecimiento del reino, sacrifiquen esos ídolos queridos, porque es mejor ingresar en el reino carente de lo que se ama en la vida. Pero por encima de todo, procuren no despreciar a uno solo de estos pequeños, porque sus ángeles están siempre contemplando el rostro del ejército celestial".
Ante la contundencia de las palabras de Jesús, nadie se atreve a decir nada, todos están cabizbajos y arrepentidos por sus pensamientos tan mundanos y terrenales.
Los Grandes. Jesús, Editorial Tomo, p. 142 – 143.
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