—Maestro, yo sé que
eres enviado de Dios, ya que nadie puede hacer los milagros que tú haces, a no
ser que tengas a Dios contigo.
A lo que responde el nazareno.
— Pues en verdad te
digo que quien no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios.
A lo que Nicodemo argumenta.
— ¿Cómo puede
nacer un hombre, siendo ya un viejo?, ¿puede acaso entrar otra vez en el seno
de su madre para renacer?
— En verdad te digo
que quien no renazca, del agua y el Espíritu, no puede entrar en el reino de
Dios. Insiste Jesús y
agrega:
— Lo que ha nacido
de la carne, carne es; más lo que nace del Espíritu, es Espíritu.
Lo que el fariseo no entiende es que Jesús da a entender, en forma simbólica, la doctrina de la regeneración, ya que renacer por el agua es, sencillamente, la mejor manera de nombrar al bautismo, al que él ya se ha sometido; es una especie de muerte espiritual terrenal para renacer al espíritu celestial, es la verdad descubierta por la razón en forma abstracta y dialéctica total, pero verdad al fin, ya que el agua purifica el alma y hace que la semilla del espíritu germine para bien.
Al decir que lo que nace de la carne es carne, significa que es efímero y mortal; y lo que nace del espíritu es espíritu, es, sencillamente, libre y eterno, por lo tanto, el bautismo a través del agua es un inicio de renacimiento integral y absoluto, de ahí los enormes poderes otorgados a los humanos recién nacidos por este sacramento, deja una parte terrenal para integrarse a la celestial, que le viene por naturaleza divina; sin embargo, Jesús reprocha a Nicodemo que, aún siendo maestro no entienda esta parte esotérica y divina del bautismo. En el esoterismo puro, el agua es antiquísimamente elemental en la transformación y representa y personifica a la materia fluida eternamente moldeable, así como el fuego simboliza el espíritu de uno.
Nicodemo y Jesús, en su diálogo, representan las dos partes de esta prédica del lugar donde vive Dios, ya que el primero representa a gran parte de la humanidad y el segundo, el porvenir de vida eterna en el reino de Dios o paraíso, pero lamentablemente, el fariseo no entiende la parte más simple y sencilla del bautismo. En este lugar de la fe, el ser humano también es una trinidad: cuerpo, la parte divisible y efímera; espíritu, inmortal e indivisible, y el alma, que participa en ambas naturalezas, ya que es un entidad viva que posee figura etérea y fluida, igual a la material y que le da vida, impulso y unidad.
Ya sea que los humanos se subordinen a las sugerencias del espíritu o a las tentaciones y pasiones del cuerpo y según la preferencia de cada uno, el cuerpo fluido se eteriza o solidifica, consolida o pulveriza, por eso, con la muerte del cuerpo físico casi todos los humanos padecen otra muerte, la del alma, para disolver elementos impuros en el cuerpo astral, mientras que los individuos completamente regenerados, quienes formaron y conformaron el cuerpo espiritual desde su vida en la Tierra, ya disfrutan el cielo y son bienvenidos a la zona a la que son atraídos por afinidad.
Fuente:Los Grandes. Jesús, Editorial Tomo, p. 116 – 118.
Comentarios
Publicar un comentario
Si deseas comentar dentro de la línea del respeto, eres bienvenido para expresarte