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Jesús. Misión pública. Boda en Caná

En Judea.

Con el correr del tiempo, la gente que sigue a Jesús y a sus discípulos aumenta en cantidad y calidad, por lo que la oposición de fariseos y saduceos se ha vuelto marcadamente peligrosa contra Jesús, los dirigentes de los judíos se pre­paran para arrestarlo; pero al observar que durante algún tiempo no predica públicamente, concluyen equivocadamente que se ha asustado y "permiten" que continúe enseñando, situación que no durará mucho tiempo.

Boda en Caná.

Un día, Jesús envía a sus apóstoles a Caná, ya que todos están invitados a la boda de Noemí con Johab, ella es una joven sobresaliente de aquella ciudad y él es hijo de Natán. Jesús no quiere que sus discípulos hablen a nadie de él "hasta que llegue mi hora indicada por mi Padre", pero no hacen caso y propagan discretamente la noticia de que han encontra­do al Salvador. Cada uno de ellos espera y confía que Jesús asumirá allí su autoridad mesiánica y que lo hará ostentan­do gran poder y grandeza, creen que su carrera futura en la tierra estará marcada con manifestaciones deslumbrantes, prodigiosas y milagrosas, pero con esto, únicamente de­muestran que no han comprendido del todo la naturaleza ni la labor del Hijo de Dios hecho Hombre.

Por su parte, María está muy alegre, ya que viaja hasta Caná con el ánimo de una reina madre que va a presenciar la coronación de su hijo, le causa mucho placer, aunque esto no sea cierto. En tanto, la gente pone más atención a Jesús y María que a los novios, ya que espera impaciente algún acto extraño, está emocionada con la idea de presen­ciar la revelación de fuerza y poder del Dios y nuevo rey de Israel.

Hacia el mediodía, mil invitados han llegado a Caná, más de cuatro veces el número de asistentes a la fiesta nup­cial. Los judíos tienen el hábito de celebrar los casamientos en miércoles y en este caso, las invitaciones fueron enviadas con más de un mes de anticipación, por lo que casi todos los comensales están presentes en este acontecimiento social del que se hablará por muchos años, siglos incluso, pero no por la pareja contrayente sino por un personaje que hará el primer milagro de su vida terrenal, Jesús.

Durante la mañana y el principio de la tarde, aquello parece más una recepción para Jesús que una boda, ya que todos quieren y desean saludar y estar cerca del galileo ya casi famoso; por su parte, él se nota alegre, despreocupado y muy feliz por estar cerca de María, su madre, es suma­mente cordial con todos, sin distinción de color, lugar de origen, posición social o edad.

Jesús está plenamente consciente de su existencia hu­mana, de su preexistencia y postexistencia divina por lo que logra sabiamente un equilibrio para poder ubicarse en todo momento en su labor de humano o asumir las facul­tades de su naturaleza divina. A medida que pasa el día, Jesús nota que la gente espera algún prodigio de él que ma­nifieste su naturaleza celestial; percibe que sobre todo su familia y discípulos esperan que anuncie su futuro reino de una forma espectacular y sobrenatural que sorprenda a pro­pios y extraños, pero están muy lejos de la realidad, inclu­so, María insinúa a Jesús cuándo hará esa presentación y él, con gesto más de tolerancia que de enfado, ya que no han entendido su naturaleza ni su tarea en el mundo, al respecto comenta: "Si me amas, entonces aguarda conmigo mientras espero la voluntad de mi Padre que está en los cielos".

El galileo se retira para estar a solas durante un tiempo y regresa a la reunión más alegre y desenfadado. El casa­miento se lleva a cabo en medio de un silencio fuera de lo normal, las miradas están concentradas en la figura de Je­sús y no en los novios, pero eso no le importa a nadie. Al finalizar la ceremonia, el huésped especial no tiene una sola expresión en su rostro que delate lo que está pensando, pero no pronuncia absolutamente nada, espera hasta que inicie el banquete y entonces sí, se dirige a sus discípulos y a María para expresarles: "No crean que he venido a este lugar pa­ra efectuar algún prodigio que satisfaga a los curiosos o convenza a los que dudan. Estamos aquí más bien para es­perar la voluntad de nuestro Padre que está en los cielos".

Por tanto, el Mesías se dispone a compartir la mesa con los mil invitados, por su parte, el padre del novio ha sumi­nistrado vino en abundancia para todos los huéspedes de la fiesta nupcial, pero ¿cómo suponer con anticipación que la boda de su hijo se ha convertido en todo un aconteci­miento tan íntimamente asociado con la esperada manifes­tación de Jesús como libertador de Israel? Está encantado de tener el honor de contar entre sus huéspedes al célebre galileo, pero antes de que termine la cena nupcial, los criados le llevan la noticia de que el vino está a punto de terminarse.

Cuando la cena termina, los invitados pasean y plati­can por el jardín, en ese momento, la madre del novio le confía a María que la provisión de vino se ha terminado, por lo que María le dice confiadamente: "No te preocupes, hablaré con mi hijo y estoy segura que nos ayudará". Du­rante muchos años, María siempre se ha dirigido a Jesús para que la apoye en cada una de las crisis de su vida fami­liar, de tal forma que para ella resulta muy natural pensar en él en este momento.

Pero María tiene otros motivos para acudir a su hijo en esta ocasión, localiza a Jesús y comenta.

—Hijo mío, nuestros anfitriones ya no tienen más vino que ofrecer a sus invitados.

Y Jesús contesta.

—Mi buena madre y mujer, ¿qué tengo que ver con eso?

A lo que María responde sin tomar en cuenta la res­puesta de su hijo.

— Creo que ha llegado tu hora. ¿Puedes ayudarnos?

— Una vez más, madre, no he venido a este banquete para actuar de esa manera. ¿Por qué insistes con esos asuntos? Repli­ca Jesús.

—Porque les he prometido que nos ayudarás. ¿No querrás' hacer algo por mí, tu madre, por favor?

- Mujer, ¿Quién te ha dicho que hagas ese tipo de promesas? Cuídate de no volver a hacerlo. En todas las acciones de nuestra vida debemos servir y atender la voluntad del Padre, quien está en los cielos.

María, sorprendida por la respuesta, no dice nada y no puede contener algunas lágrimas, por lo que el corazón de Jesús se rinde de compasión y amor por su madre en la Tierra, esto alegra el rostro de ella y se dirige de inmediato a los sirvientes, exclamando: "Lo que diga mi hijo que ha­gan, ¡háganlo!" Ella no sabe cómo se producirá el vino, pero cree que por fin ha convencido a su hijo para que confirme su autoridad, para que se atreva a presentarse definitiva­mente.

Jesús permitirá que su madre cumpla la promesa de ayuda a los anfitriones y a pesar de lo trivial de la petición, no será defraudada. Él se acerca a seis enormes vasijas lle­nas de agua, la agitación de los criados alrededor de éstas es mayúscula, sólo que lo único que hace Jesús es pararse enfrente de los recipientes, elevar una pequeña oración más de permiso que de perdón por utilizar su naturaleza divina en algo tan simple e irrelevante; poco después, les indica a los sirvientes que ya pueden servir el contenido de esos depósitos.

Jesús está satisfecho doblemente, su madre ha cumplido su palabra a través de él y su Padre celestial ha permitido la transformación del agua en vino, pues de ser lo contrario no se hubiera producido "el milagro", ya que Jesús nunca desobedece la voluntad del Padre. Cuando los sirvientes sacan este vino y lo dan a probar al padrino de boda, al saborearlo, lo único que se le ocurre hacer es dirigirse al no­vio exclamando: "Es costumbre servir primero el buen vino y cuando los convidados han bebido bien, se trae el fruto inferior de la vid; pero tú has guardado el mejor para el final de la fiesta".

Esta manifestación prodigiosa permite comprender a Jesús que debe mantenerse en alerta para que su inclina­ción a la simpatía y compasión hacia su madre y amigos no sean responsables de otros incidentes de este tipo.

Aquella noche Jesús medita y reflexiona, comprende que nunca conseguirá que sus discípulos lo vean bajo otra for­ma que no sea la del Mesías por largo tiempo esperado. Después de todo, aunque él no lo es del tipo davídico, nunca lo niega por completo, decide dejar a la voluntad del Pa­dre, el tiempo y la forma de solucionar esta circunstancia.

Fuente: 
Los Grandes. Jesús, Editorial Tomo, p. 120 – 125.

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