Como Madero era
hombre de ideales nobles y de muy buenos propósitos, el pueblo le tenía fe y
esperaba ver cumplidas las promesas revolucionarias. Sin embargo, la situación
en que el nuevo Presidente recibía el poder no lo ayudaba a realizar desde
luego lo que de él se esperaba, pues, según el convenio de Ciudad Juárez, todo
cambio debía hacerse dentro de la Constitución, no revolucionariamente. También
por el convenio, Madero se había obligado a licenciar las tropas
revolucionarias. Ocurría esto más: los enemigos de la Revolución se preparaban
a derrocar el gobierno de Madero y para eso conspiraban encabezados por dos
antiguos generales porfiristas: Félix Díaz, sobrino de Porfirio, y Bernardo
Reyes.
Todo eso, y el
hecho de que no se ordenase la inmediata restitución de las tierras, fue motivo
o pretexto de alzamientos y sublevaciones. Dos jefes revolucionarios se
rebelaron: Pascual Orozco, en Chihuahua, y Emiliano Zapata, en Morelos. Félix
Díaz se levantó en el puerto de Veracruz; Bernardo Reyes en la frontera del
Norte.
La rebelión de
Orozco fue vencida. Con Emiliano Zapata, Madero quería que las cosas se
arreglaran. Félix Díaz, derrotado, quedó prisionero, fue juzgado por un consejo
de guerra y sentenciado a muerte. Madero lo indultó y lo puso preso en la
Penitenciaría del Distrito Federal. A Bernardo Reyes, capturado también, se le
sujetó a proceso y se le encerró en la prisión de Santiago Tlatelolco. Madero
no era violento, ni sanguinario, ni cruel, sino inclinado a la benevolencia y
al perdón.
Posteriormente, en
la Ciudad de México, el 9 de Febrero de 1913, el general Manuel Mondragón se
pronunció contra el gobierno y puso en libertad a Félix Díaz y a Bernardo
Reyes. Éste murió en el asalto al Palacio Nacional, intento que fracasó.
Mondragón y Félix Díaz se apoderaron de la Ciudadela, y entonces se desarrolló
en el centro de la ciudad la sangrienta lucha que se conoce con el nombre de la
decena trágica, porque duró diez días.
Mandaba las tropas
del gobierno Victoriano Huerta; pero éste, de pronto, traicionó y aprehendió a
Madero, y a la vez se apoderó del Vicepresidente, José María Pino Suárez, todo
lo cual hizo después concertarse secretamente con los alzados.
Madero y Pino
Suárez, presos y en peligro de muerte, tuvieron que firmar sus renuncias. Pese
a ello, fueron asesinados, por orden de Victoriano Huerta, el 22 de Febrero de
1913.
La traición de
Huerta y la muerte de Madero y Pino Suárez causaron profunda indignación en
todo el país. La memoria de Madero empezó a ser objeto de un culto cívico.
Generación 1960. Mi libro Historia y Civismo. Cuarto Grado, Ed. Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito, p. 159 – 160.
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