Las palabras tienen su historia, muchas veces oscura, y en esa negrura guardan secretos que nos pertenecen porque su historia es la nuestra. En esta publicación se intenta develar ese misterio que esconden las palabras que usamos a diario, en torno al amor.
El origen de la palabra amor es escurridizo, y de manera romántica – y poco precisa – se ha explicado que se compone del prefijo privativo a y de mors, ‘muerte’: “sin muerte”. Lo que sí sabemos a ciencia cierta es que en latín esta palabra se decía tal como la conocemos ahora, y se cree que deriva de amma, una primitiva voz infantil para llamar a la madre.
Pretendiente proviene del latín prae, ‘al frente’, y tendere, ‘dirigirse’: “el que se dirige hacia otros”. Si el pretendiente tenía éxito, ellos se convertían en esposos, palabra que viene de spondere, ‘prometer’. Es curioso que en su origen latino, los esposos eran los comprometidos, y los novios los que ya estaban casados.
La mujer contraía matrimonio – ¿Sólo la mujer? – porque matrimonium significa “calidad de madre”, y al casarse, la mujer adquiría el permiso de la sociedad para convertirse en mamá. Después de la boda, la pareja se establecía en su casa y por eso se decía que ya estaban casados.
Fuente:
Publicado por Arturo Ortega Morán en Revista Algarabía No. 125 Febrero 2015, p. 10.
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