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Las mil y una noches del Consejo Mundial de Lucha Libre

King Kong, un gorila de enormes dimensiones, irrumpe en las pantallas cinematográficas. Adolf Hitler es nombrado canciller de Alemania y se aprovecha del incendio del edificio del Reichstag, sede del poder legislativo, para eliminar enemigos políticos. El Graf Zepellin sobrevuela la Feria Mundial titulada El Siglo del Progreso, que tiene lugar en Chicago. El músico – poeta Agustín Lara graba la canción “Nadie”, que inicia con la siguientes líneas: “Abriste los ojos con el suave ritmo que hay en tus pestañas y aunque de tus labios escuché un ‘te quiero’ sé que tú me engañas”. El general Lázaro Cárdenas del Río da inicio a su campaña como candidatos presidencial del Partido Nacional Revolucionario. Corre a ritmo de jazz, danzón, bolero y música ranchera el año de 1933 en los calendarios y en la Ciudad de México, entonces morada de alrededor de 1,338,000 habitantes, la Empresa Mexicana de Lucha Libre (EMLL) da inicio formal a sus actividades.


Primero con ese nombre y, a partir de 1990, con el de Consejo Mundial de Lucha Libre (CMLL), esa organización no ha dejado desde entonces de fomentar quehaceres que poco tienen con los oficios comunes y corrientes: las competencias deportivas de alto riesgo en que dos o más personas se confrontan cuerpo a cuerpo, encarnando personajes que rinden tributo a las antiguas mitologías, renuevan la épica clásica y subliman la conflictividad que caracteriza a la condición humana, todo ello mediante la improvisación de movimientos, gestos y escenificaciones en que se pueden reconocer los tonos del auto sacramental, la farsa y la tragedia.

En el 2019 llega a ocho décadas y un sexenio de existencia la empresa que arraigó la afición por la lucha libre en México. Son todavía más años de brega si se considera el momento que dio origen a la EMLL, cuando su fundador, Salvador Lutteroth González (1897 – 1987), tuvo una suerte de revelación el día en que descubrió la espectacularidad de los modernos gladiadores en una modesta arena de El Paso, Texas, en 1929. A partir de entonces se encaminó hacia otros rumbos la vida de ese joven de origen jalisciense a quien el destino le había deparado pocos estudios formales, trabajos misceláneos, el paso por la vida militar en tiempos de la Revolución Mexicana y ciertas habilidades para las cuentas que le permitieron servir como pagador del ejército e inspector de Hacienda. Pero no sólo en el ámbito personal y familiar de Lutteroth González tuvo consecuencias la decisión de importar una forma de entretenimiento que evocaba las lides del circo romano y las contiendas olímpicas. Con la fundación de la EMLL dio comienzo una historia que habría de sortear la mudanza de los tiempos y transitar por un sinfín de senderos, en el curso de la cual se hizo posible la conformación de la lucha libre mexicana y su elevamiento a expresión idiosincrásica, sustentada como todas las afirmaciones nacionalistas en las memorias y fabulaciones que las colectividades validan a través de iconos, símbolos y estereotipos.

Al mérito por haber mantenido durante ochenta y seis años las actividades de una empresa familiar que ha sido fuente de trabajo para varias generaciones de mexicanos, hay que sumar la influencia que la EMLL y el CMLL han tenido en otras esferas además de la económica y la laboral. Los emporios luchísticos encabezados, en sucesivos periodos, por Salvador Lutteroth González, Salvador Lutteroth Camou y Francisco Alonso Lutteroth, fueron mucho más que los principales contratistas, promotores y escaparates de quienes volvieron su principal o complementaria profesión el dominio de los cates, las llaves, los vuelos y los costalazos. Al cobijo de los recintos y programas creados por los Lutteroth, socios y colaboradores, en el curso de esos años la lucha libre se consolidó como tradición comunitaria en la Ciudad de México y en la república mexicana, al tiempo que expandió su mitología y su iconografía a todos los territorios de la cultura popular y a no pocos de las llamadas bellas artes.

Construidas por la empresa Lutteroth para ser las principales sedes de sus funciones de lucha libre y box, y asimismo para prestar servicio a toda clase de espectáculos masivos, la Arena México (que en 1933 se estableció en el local en que había funcionado la Arena Modelo y el 27 de Abril de 1956 abrió sus puertas en el sitio que actualmente ocupa), la Arena Coliseo (inaugurada en 1943) y la Pista Arena Revolución (en funciones como recinto gladiatorio de 1967 a 1997), forman parte de la historia capitalina por lo que han implicado en tanto lugares de reunión, foros de expresión y escenarios de sucesos memorables. Entre los vínculos que han construido y fortalecido la identidad chilanga, desde los tiempos en que la Ciudad de México era un conglomerado de pueblos y barrios hasta el día presente en que se le describe como megalópolis, hay que considerar las relaciones de amor y odio generadas por los héroes y heroínas del cuadrilátero. La salud pública de los habitantes de la capital mexicana en algo se habrá beneficiado de esas horas de expansión y desfogue brindadas por los rituales luchísticos de las arenas de la familia Lutteroth, templos reservados al disfrute gregario de la imprecación y la alharaca.

Sobre el iluminado escenario de un cuadrilátero encordado, a la hora de un combate, los luchadores, el réferi – representante de las veleidades de la ley en un país poco afecto al seguimiento de las normas – y el público que alienta, vitorea, insulta y se desgañita, se convierten en coautores de un espectáculo multisensorial, único e irrepetible.  Sin embargo, como se puede ver cotidianamente en el murmullo de los fanáticos y el sonido ambiente de las arenas, queda claro que eso que llamamos lucha libre es asimismo un género gráfico – literario y una estética que se ha objetivado en toda clase de soportes bidimensionales y tridimensionales, y en múltiples formas narrativas. La más destacad prueba de ello son las vertientes del cómic y el cine mexicano que llevaron a los luchadores, personajes a la vez corpóreos y quiméricos, al Olimpo de los superhéroes justicieros.

La luchomanía o luchofilia, como cualquier otro de los cultos vinculados a las aficiones deportivas y a los espectáculos, es menos el efecto de una vivencia directa que la reelaboración de recuerdos apropiados y la conversión en relatos legendarios de hechos reales, inventados o imposibles de comprobar. Las imágenes, palabras y formas que rodean a la lucha libre no son únicamente componentes de su parafernalia sino elementos constitutivos de su inmenso poder ficcional. Aun quienes en su vida no han puesto un pie en una arena de luchas libre, saben que esos signos delatan la existencia de un mundo ajeno al orden rutinario y sólo gobernado por sus propias reglas.

Ya no es la hora de Adolf Hitler, pero sí la de Donald J. Trump, cuyo rostro apareció en la bandera que el villano estadounidense Sam Adonis hizo ondear en La Arena México, la noche que derrotó al veterano mexicano Blue Panther, en una lucha cabellera contra cabellera. Los tiempos, como las modas y los gustos, seguirán cambiando. Pero en los cuerpos de otros luchadores y luchadoras se mantendrá vigente el espíritu de la rudeza, la técnica y el exotismo. Otros gladiadores, enmascarados o con el rostro descubierto, subirán al cuadrilátero para ser el reflejo y la proyección de nuestras pasiones, los destinatarios de nuestro lenguaje más florido. Habrá en el futuro muchos más aniversarios del CMLL si se mantiene fiel al cumplimiento de su primera vocación: promover el encuentro de los públicos de toda clase y procedencia con los seres tocados por la gracia de la lucha libre.



Fuente:
Publicado por Alfonso Morales Carrillo en CMLL – 85 Años. Lucha Libre, Ed. AM Editores, p. 8 – 9.








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