Los dioses creadores miraban con enojo a los hombres que iban a los bosques, no a gozar de su belleza, sino a destruirlos.
Veían que los hombres arrancaban los hermosos árboles que ellos habían hecho brotar de la tierra para que lucieran en las montañas y dieran reconfortante sombra, pero los hombres parecían no darse cuenta de la destrucción que llevaban a cabo.
Entonces los dioses se reunieron para hablar de lo que estaba sucediendo en la tierra, pues si el hombre seguía talando los árboles, éstos se acabarían y sería la destrucción del hombre. Todos los dioses comentaron que tal actitud era maligna y llegaron a la conclusión de que debían impedir tal maldad.
Pero Camaxtle, el dios de la caza, se negaba a ello, y les decía:
- ¿A dónde irán los habitantes de la tierra a adiestrar su mano? ¿Para qué les va servir el arco y la flecha?
Entonces sus hermanos Quetzalcóatl, Tezcatlipoca y Huitzilopochtli acordaron que sería bueno que hubiera un guardián de los bosques y así el hombre sólo tomaría lo necesario.
Y los tres hermanos crearon a Cuauhshihua, a quien ordenaron ahuyentara a los destructores de los bosques y de los animales que ahí habitaban.
Así, Cuauhshihua instaló su morada en lo más profundo de los bosques, entre las cuevas y las copas de los árboles y se encargó de de que cuando el hombre cruzara su reino con malas intenciones, al instante salía asustándolo con fuertes ruidos y emitía espantosos alaridos que causaban temor y angustia.
Pero si el intruso no se olvidaba de sus malas intenciones, Cuauhshihua para advertirle el peligro, seguía atemorizándolo por su camino por la selva y si a pesar de los ruidos misteriosos de pavor surgidos en la espesura insistía en querer destruir o matar, entonces sería castigado por el guardián del bosque, que lo enloquecería y lo haría desaparecer.
Fuente: Nélida Galván – Mitología Mexicana para niños.
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