Una vez fue un campesino a la ciudad. Y se encontró con un grave problema. Solamente tenía veinte pesos, y les estaba doliendo una muela. El campesino pensaba: “Si me saco la muela y pago al dentista, no puedo comer; si lo gasto en comer, me seguirá doliendo la muela”.
Estaba el buen hombre con estos pensamientos cuando fue a pararse enfrente de una pastelería. Allí se quedó largo tiempo mirando embobado los pasteles, hasta que pasaron por allí dos muchachos y le dijeron para burlarse:
- ¿Cuántos pasteles te atreverías a comer en una comida?
- ¡Hombre, me comería quinientos!
- ¡Quinientos! ¡Dios nos libre!
- Pues de qué poco se asustan ustedes – y de esta forma comenzaron a discutir, ellos diciendo que no y él insistiendo que sí.
- ¿Qué apuestas? – dijeron los muchachos.
- Pues… si no me los como, me dejo sacar esta muela – y el campesino señaló la que le dolía.
Los muchachos aceptaron alegres la apuesta.
El hombre comenzó a comer y, cuando ya no tenía más hambre, dijo:
- He perdido, señores.
Entonces llamaron a un dentista y le sacaron la muela.
Los muchachos se reían diciendo:
- Miren a ese tonto, que por hartarse de pasteles deja que le saquen una muela.
Entonces les respondió el campesino:
- Más tontos son ustedes, porque gracias a esta apuesta he matado el hambre y, además, me han sacado una muela que me había dolido toda la semana.
Fuente: SEP. Español. Quinto Grado. Lecturas (1972).
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