La organización del feudalismo fue de “gradación” (jerarquía), con grados descendientes de autoridad delegada. En la cúspide de la pirámide feudal, estaba el emperador o rey, perteneciendo a él toda la tierra y sus dominios. Retuvo grandes áreas para su uso personal, cediendo el resto a la más alta nobleza. Los grandes vasallos de la corona, retenían esos feudos con la condición de rendir ciertos servicios específicos, principalmente militares y financieros. De modo similar, esos vasallos, a su vez, exigieron servicios análogos en clases a sus subvasallos. Esta forma de subfeudalización acabó en una sucesiva graduación hacia abajo, hasta la más pequeña unidad feudal: el señor feudal tenía arrendadores dependientes, clasificados como libres y bajando hasta los siervos.
El proceso de descentralización representado por esta pirámide, fue posteriormente acentuándose por el crecimiento de las instituciones de inmunidad o privilegio. Bajo este sistema, el vasallo ganó el derecho a gobernar su propio territorio como él deseara. El señorío, una unidad feudal, llegó a ser, en algunos aspectos, una unidad gubernamental con su tribunal de sólo un hombre. El feudalismo, por consiguiente, representó otra aventura de descentralización en gran escala, que involucraba las mismas condiciones y problemas con los que se enfrentan las organizaciones contemporáneas gubernamentales y de negocios.
El principal problema fue determinar, cómo preservar el apropiado equilibrio entre autoridad centralizada y autonomía local. Descentralizar las operaciones fue una necesidad para suministrar la atención inmediata y la flexibilidad necesaria para ajustar las políticas a las condiciones locales. Centralizar la autoridad, por otra parte, fue igualmente importante para asegurar que todas las ventajas resultantes de la integración total de las partes sobre el todo, o del todo sobre las partes, pudieran ser aprovechadas. El feudalismo mostró que la fuerza de la organización se ganaba mediante un control de “gradación”. Uno de los mayores defectos del feudalismo fue el suponer con poco fundamento, que este interés común existió.
Finalmente, la organización feudal enseño a los administradores, que la delegación de autoridad no es una abdicación, que el delegante siempre tiene la autoridad para recuperar lo que él ha delegado y que la delegación confería, pero no transmitía autoridad. La inapropiada delegación de autoridad por transferencia mostró claramente que si un administrador deseaba organizar una función sobre una base descentralizada, la organización debe ser realizada sobre una base de autoridad conferida, de otro modo, la buscada descentralización es convertida en desintegración.
Fuente: Introducción a la Administración con Enfoque.
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