Dentro de la autopista de la vida que uno recorre por la vida, uno tiene que atravesar diversas casetas (etapas de la vida), y contamos con que el destino final, o mejor dicho, la última parada se encuentra por una estación denominada 3° edad, vejez o senectud. La pregunta es ¿Cómo es la cosa en la senectud? Sin duda (aunque suene a frase choteada), esto es un misterio sin resolver.
3° edad se relaciona mucho con la imagen de personas seniles, fósiles, arrugadas, de cabello gris o plateado, que para la mayoría de las personas son gente que nomás estorban y roban el “precioso oxígeno”, y que en vez de generar algo positivo, solo son molestias en el aspecto de tiempo, económico y en otros muchos parámetros, pero (llegando a la misma pregunta de siempre) nos hemos puesto a pensar que si vamos a recorrer la vida por todas sus estaciones, a la de a fuerza tendremos que ir parando por la senectud porque así lo exige el ciclo de la vida, así que más que maltratarlos e irnos sintiendo superiores a ellos, sería bueno saber y entender antes de todo ¿Qué es la 3° edad?
Yo, y varias de los individuos que me complementan dentro de la sociedad, no sabemos a ciencia cierta cómo se siente estar dentro de la considerada etapa final de la vida, por la simple y sencilla razón de que todavía no paramos por esos rumbos (pero no cuentan, ni contamos, que si seguimos inhalando oxígeno de la tierra, vamos a dar por los caminos de la vejez, cosa que ya sabemos, repetí varias veces, pero a pesar de todo se necesita insistir en ello para que quede claro), así que, por mientras no me toca exponer algo que conozca concretamente (debido a que no soy betabel todavía), decidí pedir la colaboración de alguien experto en la materia que me lo podría decir en carne viva lo que representa este asunto: Don Apolonio Trelles.
En una plática entretenida (no tanto en asuntos de relatos de la Revolución, no porque fueran malos, sino que uno tenía prisa en la cuestión del tiempo), Don Apolonio entre risas, gestos, pláticas me comentó que la 3° edad pues es algo que llega, te guste o no, el cuerpo comienza a no responder (como se supone, no pasa nada de esto en la juventud), a uno le salen canas y los “pelos” se comienzan a caer en varios de los casos, los huesos comienzan a debilitarse, la visión empieza a fallar, ¡en fin!, comienzan los males del organismo, que dependiendo del tipo de vida que hayas llevado, pueden ser leves o graves, pero de que se presentan se presentan.
Don Apolonio, un poco triste me reiteró que los problemas físicos son lo de menos, que lo que si de verdad duele, es el desprecio de la “mayoría” de la sociedad, ya que consideran a los oficialmente ancianos, como un estorbo en el desarrollo de la sociedad, nadie los atiende, no les ofrecen trabajo, ni nada, simplemente este sector poblacional conformado por personas mayores de 60 años es quizá el más olvidado de los segmentos de nuestra sociedad.
Don Apo (diciéndolo de forma de camaradería a Don Apolonio) me concluyó que esta etapa, debido a las circunstancias imperantes no te queda más que vivir del recuerdo, de escribir en dado caso un testamento y cuidarte de que la familia, y sobre todo de los hijos (en la cuestión de la herencia por otorgar) te maten, aparte de que hay que ir tratando de asimilar que el cuerpo, pues simplemente ya no te responde como antes.
Al reflexionar lo mencionado en esta conversación, me doy cuenta que más que decir que pobrecitos que ay, ay, ay…, pues no hay que desprestigiarlos como solemos hacerlo. Simplemente lo que tenemos que hacer para entender desde ahorita a la 3° edad, es convivir con gente de esta etapa, saber su sentir, darles su tiempo y atención (aunque esto suene a cursilería). Solamente conviviendo con ellos sabremos lo valioso que puede ser para nuestra sociedad su experiencia y talento, y solo así, tendremos los mejores argumentos para debatir.
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