Una vez fortificado en alma y cuerpo y con su misión ya definida, entendida y asimilada, Jesús inicia su vida de reivindicación del género humano, de atraer las almas que cometen actos malignos contra otras, que roban, asesinan, manipulan, golpean, mienten, que tienen como "logros" su riqueza lograda con base en la explotación del hombre por el hombre, de imponer la fuerza de las armas a las conciencias de los más débiles, reduciéndolos a simples esclavos, esas almas son las que necesitan del Salvador, quien compartirá con ellos el reino del cielo donde habita su Padre, Dios, y en donde se goza la compensación de la felicidad eterna por tanto sufrimiento, o bien, por tanto bien que se hace en vida a los semejantes, a los animales y por consiguiente a la misma naturaleza.
De todos los seguidores de Jesús, Andrés es quien está profundamente impresionado con él y ese día decide comentar al Maestro: "Te he observado desde que viniste a Cafarnaum y aunque no comprendo toda tu enseñanza, estoy plenamente decidido a seguirte; quiero sentarme a tus pies para aprender toda la verdad sobre el nuevo reino" y con un cordial abrazo, Jesús admite a Andrés como el primer apóstol de aquel grupo de doce que trabajará con él en la obra de establecer el nuevo reino de Dios en el corazón de los hombres.
En cuanto ve a su hermano Simón, Andrés le comenta que Jesús ha aceptado su propuesta de servicio y le sugiere que él haga lo mismo, a lo cual Simón dice: "Desde que este hombre vino a trabajar al taller de Zebedeo, creo que ha sido enviado por Dios". Andrés hace señas a Jesús y anuncia que su hermano desea entrar al servicio del nuevo reino. Al acoger a Simón como su segundo apóstol, Jesús le aclama: "Tu entusiasmo es loable, pero peligroso para el trabajo del reino. Te recomiendo que seas más cuidadoso con rus palabras. Deseo cambiar tu nombre por el de Pedro, claro, si estás de acuerdo". Antes de separarse de Andrés y su hermano, Jesús les dice que temprano irán a Galilea.
En tanto que Andrés y Pedro deliberan sobre la naturaleza de su participación en el establecimiento del reino por venir, Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, regresan de su larga e inútil búsqueda de Jesús en las colinas cuando oyen contar a Pedro cómo él y su hermano Andrés se han convertido en los primeros discípulos aceptados del nuevo reino y que van a partir a la mañana siguiente con su nuevo Maestro para Galilea, por lo que Santiago y Juan entristecen, conocen y aman a Jesús desde hace tiempo y después de muchos días buscándolo, regresan para enterarse de que otros han sido escogidos antes que ellos, aflora la naturaleza humana en forma de envidia, por lo que se dan prisa en encontrar a Jesús.
En cuanto están frente a él reclaman.
— Nosotros, que hemos
vivido mucho tiempo contigo y que te queremos y respetamos, ¿cómo es posible
que prefieras a otros antes que a nosotros y escoges a Andrés y a Simón (Pedro)
como tus primeros discípulos en el nuevo reino?
A lo que Jesús responde.
—-Tranquilicen
sus corazones y pregúntense, ¿quién les ha ordenado buscar al Hijo del Hombre
mientras se dedica a los asuntos de su Padre?
Jesús les indica.
— Deberán
aprender a buscar el secreto del nuevo reino en sus corazones y no en las
colinas. Aquello que buscan ya está presente en sus almas, en verdad son mis
hermanos, no necesitan que yo los acepte, ya pertenecen al reino. Guarden buen
ánimo y prepárense para acompañarnos mañana a Galilea. Juan pregunta.
—Pero, Maestro,
¿Santiago y yo seremos tus discípulos en el nuevo reino, como lo son Andrés y Simón?
Jesús coloca una mano en el hombro de cada uno de ellos y dice.
—Hermanos míos, ya
están conmigo en el espíritu del reino, incluso antes de que los otros
solicitaran ser admitidos. Ustedes, mis hermanos, no tienen ninguna necesidad
de presentar una petición para entrar en el reino; están conmigo en el reino
desde el principio. Ante los hombres, otros pueden tener prioridad, pero mi
corazón ya cuenta con ustedes para los consejos del reino. También pudieron
haber sido los primeros ante los hombres, si no se hubieran ausentado para
dedicarse a la tarea bien intencionada, pero impuesta por ustedes, en buscar a
alguien que no estaba perdido.
Santiago y Juan aceptan la reconvención de buena gana y con gran gusto se preparan para salir a la mañana siguiente.
Los Grandes. Jesús, Editorial Tomo, p. 89 – 92.
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