Un buen día Quetzalcóatl decidió bajar a la
tierra y transmitir a los hombres sus conocimientos. Antes de dejar el hogar
donde vivía con su creadores – el señor y la señora Ome –, “la serpiente
emplumada” fue a su huerta, rodeada de jardines encantados, y recogió algunas
semillas de cacáhuatl y cacao para traerlas a la tierra y obsequiarlas a los
hombres.
Quetzalcóatl descendió traído por el viento y
se instaló en un lugar llamado Tolantzingo que significa atrás de los tules;
allí construyó cuatro palacios multicolores, cada uno orientado hacia los
cuatro puntos cardinales o rumbos del universo. Vivía en total abstinencia y
castidad; pasaba los días meditando y haciendo penitencia en honor del dios
Nahuaque, “el que todo lo abarca”.
También se preocupaba por sembrar las
semillas que había traído consigo y recolectar sus frutos. Había pedido permiso
a los dioses para enseñarles a los hombres el secreto de la preparación de la
bebida sagrada, el xoxocóatl, hecho con cacao y vainilla y endulzado con miel.
Ante la pobreza y los pocos conocimientos de
la gente de Tolan, Quetzalcóatl decidió ayudarlos; por las noches subía a las
montañas a hacer penitencia y solicitar a los dioses que le inspiraran
conocimientos nuevos para que él, a su vez, los enseñara al pueblo.
Los toltecas recibieron la sabiduría y las
artes a través de Quetzalcóatl; antes no sabían oficio alguno ni la tarea de la
siembra, con la llegada del dios – sacerdote, Tula fue una de las regiones más
prósperas. Ya nada les era difícil; obtener piedras preciosas y labrarlas,
fundir oro, tomar el plumaje de las aves maravillosa y hacer tocados con ellas.
Eran ricos y como todos tenían de todo, las
cosas no tenían precio. Las calabazas eran grandes y gruesas. Las mazorcas de
maíz eran tan grandes y tan gruesas como la mano de un metate. Las matas de
bledos, semejantes a las hojas de palmera. El algodón nacía de muchos colores:
rojo, amarillo, verde, morado, azul, rosa…
Nada faltaba en sus casas, nunca pasaban
hambre entre ellos; eran muy felices y nadie sabía qué significaba estar triste
o ser pobre.
De pronto, Quetzalcóatl dejó de subir a las
montañas a ofrecer sus rezos y alabanzas a los dioses. Se encerró en sus
palacios y no quiso ver ni escuchar a nadie… Algo le sucedía a Quetzalcóatl. En
Tula y las poblaciones cercanas, corría el rumor de que el gran dios y
sacerdote Quetzalcóatl estaba muy enfermo. “Oh, toltecas, eleven sus plegarias
a los dioses para que den alivio a nuestro señor… ¡Oh, adoradores de la
preciosa serpiente, el sacerdote y guerrero Quetzalcóatl les ordena que hagan
penitencia y mortifiquen sus cuerpos y los ofrezcan a los dioses”.
Pero Quetzalcóatl no pedía nada; sólo estaba
encerrado. Era debido a que los hechiceros no estaban de acuerdo con lo que el sacerdote
guerrero proponía: no al sacrificio de los hombres por los dioses. Los dioses,
efectivamente hacía tiempo que habían abandonado al gran Quetzalcóatl.
Muchas veces los hechiceros quisieron
sonsacarlo para que ofreciera sacrificios humanos, y cómo aquél nunca aceptaba,
los magos se burlaban y disgustaban con él, hasta que decidieron enfermarlo y
hacerlo viejo y que muriera o abandonara para siempre Tula.
Y un mal día el dios negro, Tezcatlipoca,
disfrazado de viejito, se presentó en los palacios de Quetzalcóatl, afirmando
que llevaba la medicina que habría de curar al sacerdote guerrero.
El viejecillo, en realidad, era un enviado de
los hechiceros que le destrozaron el corazón y provocaron su ruina. El dios
negro no llevaba, por lo tanto, la medicina que pretendía aliviarlo, sino una
bebida para emborrachar al gran sacerdote.
Estando juntos, Tezcatlipoca le mostró un
espejo para que viera cuán feo y viejo se había vuelto; Quetzalcóatl no pudo
soportarlo y el dios negro le prometió que si tomaba la medicina iría al país
de la abundancia de pinturas negras, al país del misterio… ¡allí te esperará
otro anciano y te conducirá de regreso al cielo, pero no decaído y feo como
ahora estás, sino hermoso y brillante como un lucero”.
Quetzalcóatl hizo caso y bebió, bebió tanto
hasta embriagarse y perder la razón, dejándose arrastrar por los hechiceros a
cometer todo tipo de desenfreno y olvidar su pureza.
Los hechiceros se dedicaron a hacer
maleficios y sacrificios humanos. Los habitantes de Tula quedaron muy tristes
al ver que su rey rompía lo que antes predicaba; el cielo se oscureció y la
neblina bajó a la tierra y los pájaros ya no cantaron más.
Al día siguiente, lleno de vergüenza
insoportable, Quetzalcóatl decidió abandonar Tula. No se consideraba ya un rey
digno para su amado pueblo. Se marchaba hacia la región de la luz, al oriente,
en donde está la tierra de la sabiduría a limpiar su alma.
Llegó a las costas del mar en el Golfo y
desapareció. Una leyenda apunta que se embarcó en una balsa mágica hecha de
serpientes, y se hizo a la mar, cubierto con su manto de plumas, y prometiendo
volver algún día. Otra cuenta que se arrojó a una hoguera y salió de ella
convertida en un astro.
Fuente: Nélida Galván – Mitología Mexicana para niños.
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